
Ha sido una borrachera con idas y venidas, discusiones y abrazos, verdades y secretos. Y sobre todo muchos dolores de cabeza para el que suscribe. Tras poner el punto y final, sigo pensando que ha quedado más un experimento que un relato, y que la intención se mantiene intacta, pues siempre ha sido saber hasta que punto una conversación que intenta ser realista, puede ser a la vez suficientemente literaria. Qué lo haya conseguido o no es lo que los lectores tendréis que valorar.
Quiero desde aquí agradecer con entusiasmo a los que habéis seguido hasta el final el periplo de estos cerdos de botella y cigarro. Espero que os hayáis encariñado, aunque sea un poquito, con el singular Frank, que el tipo ya está pidiendo incluso tener sección propia, no soporta el hecho de dejar de ser el protagonista. Si me descuido hasta me cambia el nombre del blog. Tiempo al tiempo.
Por aquí os dejo los capítulos anteriores:
I y II. Cóctel de bienvenida y Primera copa.
III. Ronda de chupitos.
IV. Juegos de beber.
V. Barra libre.
VI. Cogorza.
Como siempre, recomiendo leerlo escuchando de fondo la Playlist musical:
Tom Waits for PIGS
Para los vagos como yo, unos ejemplos aparte (están todos en la playlist):
Y, como nota final, comentar que al final del texto hay otra canción que, sorpresa, no tiene nada que ver con Waits, así no acusáis al texto de falta de variedad...
Sin más retraso, os dejo con la última canción de Frank Wild (al menos por el momento). Él me asegura que es la mejor de su repertorio. Juzguen ustedes mismos.
PIGS.
VII – La última
Ya hace un buen rato que
mi amiga, la bañista del reloj de pared, ha paseado los brazos por el lado este
de la esfera, desvelando que, inevitablemente, la noche toca a su fin y ya no queda
mucho que contar.
Si hasta hace bien poco
los sonidos se mezclaban en una singular melodía, ahora la estancia se ha
quedado muda, la algarabía es sólo un recuerdo y cualquier estridencia resuena
indiscreta por todo el local. Incluso los bichos parecen haberse ido a dormir,
dejando el lavabo callado como una tumba.
Son estas horas, íntimas
y melancólicas, las que compartiremos unos pocos privilegiados en este fin de
fiesta, más ahora que el resto de clientes se ha marchado, que no importa cuán
baratas sean las bebidas, llega un momento que no entra nada más por el buche.
Aunque para Frank y compañía no parece aplicarse esa máxima, y el licor sigue
entrando en la mesa como si aquello fuera la cinta transportadora de un
aeropuerto. Pero, a parte de su frenesí, lo cierto es que todo apunta a que va
a ser un cierre tranquilo y no van a tener que preocuparse por invitados
inesperados ni aguafiestas vestidos de uniforme.