jueves, 25 de febrero de 2016

Relatos: DIOS DEL VIENTO (Wandering fish - Pez errante)

Aprender.
Amala by Ciryl Blanchard. http://cyrilblanchard.com/
Amala by Cyril Blanchard (www.cyrilblanchard.com)

Qué gusto de descubrir algo nuevo. Da igual que sea hablando, estudiando, escribiendo o jugando. A voces o en silencio. De las cosas más trascendentales y de las más absurdas. En definitiva, la satisfacción de empaparnos de lo que no sabemos y salir de la experiencia llevándonos algo diferente.

Aunque la pereza es un gran enemigo (y creedme que sé mucho de eso), cuando consigues liberarte de ella tienes por delante una autopista llena de curiosidades y situaciones enriquecedoras.

Y eso es justamente lo que yo he experimentado al escribir este cuento. Un juego de imaginación que se convirtió, poco a poco, en una obsesión por conocer todo sobre lo que iba contando.

Todo comenzó con la invitación de mi amiga y escritora, Eugenia Soto Alejandre (visitad sus historias aquí), que nos regaló a los compañeros de la agencia una canción para que inventásemos a partir de ella. No sé por qué, pero enseguida se me vino a la cabeza la imagen de una joven niña india caminando por el desierto. A partir de ahí, con el fin de dar un armazón a la historia, empecé a leer sobre la región, su cultura y sus costumbres. Fue así como descubrí la hipnótica Jaipur, capital del Rajastán, una tierra llena de color y contradicciones.

Gradualmente, acabé enamorándome del personaje de la niña. Y, casi sin darme cuenta, se fue tejiendo esta historia de inocencia, dioses y sueños. Al final se ha convertido en el cuento más largo que he escrito y me ha traído un interés por seguir aprendiendo de esta fascinante cultura.

En resumen, que este relato ha sido algo diferente. Porque a la vez que disfrutaba inventando, lo pasaba en grande investigando (que no quiere decir que no haya metido algún patón). Aprender como mecanismo de diversión. ¡Quién lo hubiese dicho en los años del colegio!

Espero que os guste el relato. Si se os hace muy largo, os animo a leerlo por capítulos. Yo he preferido publicarlo entero para que cada uno escoja como acercarse a él.
Y, como siempre, si os gusta o no, los comentarios son más que bienvenidos. Y que lo compartáis con los conocidos más aún, que lo de el de darme yo autobombo por la red cada vez me gusta menos.

Por supuesto, os dejo aquí la canción que lo empezó todo (Gracias Eugenia):





Editado 01-03-16: Finalmente, Cyril Blanchard me ha autorizado a poner sus fotografías en el blog, por lo que voy a retocar todo el relato con sus estupendas imágenes. No dejéis de visitar su página: www.cyrilblanchard.com .

P.D: He dejado unas notas al final del cuento, por si tenéis curiosidad con alguno de los términos más autóctonos.


Dios del viento

«Brahma crea, Shiva destruye. Visnú hará que el mundo siga girando. 
Y mientras, Vayu, montado a la cola del viento, lo observará todo.» 
1.- Brahma, el creador 

Cuentan las leyendas locales que no hay atardeceres más majestuosos que los que se ven en Jaipur. No son tan brillantes como los de Delhi ni el sol se refleja en el mar como en Bombay. Mas, en la capital del Rajastán Indio, se produce un fenómeno que no pueden igualar otras ciudades más imponentes. 
Shita # 2
Shita #2 by Cyril Blanchard (www.cyrilblanchard.com)

Yamika, como muchas tardes, contempla el espectáculo sobre la terraza del templo de Birla Mandir. Sus ojos, negros y enormes pozos de alquitrán, esperan con la impaciencia propia de la juventud a que los últimos rayos se escondan tras las montañas que la separan del desierto del Thar. En sus pálidas manos mece una pequeña pecera redonda con un pez dorado. 

    — La próxima vez tendríamos que verlo desde el palacio de los vientos—susurra la pequeña. 

El animalillo hace caso omiso de las palabras y continúa girando sin descanso. Obcecado en una carrera sin final, agita los hilillos anaranjados de su cola. La niña se divierte observándolo, casi le parece una cometa al vuelo que va dibujando pequeñas olas a su paso. 

    — Sí, ya sé que es mucho más complicado para colarse que el templo, —continúa con media sonrisa infantil— pero deberíamos intentarlo antes de marcharnos. Un dios del viento como tú no puede irse sin conocer el lugar donde se le rinde culto, ¿Y quién mejor que la reencarnación de Gayatri para enseñártelo? 

Yamika tiembla de emoción sólo con pensarlo. Se imagina en lo alto de la atalaya rosada del palacio de los vientos, espectadora de lujo del “beso del desierto”. Se vería majestuosa e importante, justo como Gayatri Devi, su ídolo personal. La llamada reina madre de Jaipur había sido la única Maharaní del Rajastán que se había atrevido a mirar más allá de su fortuna y poner el ojo en los menos favorecidos de la ciudad. 
"Hawa Mahal" by Travis Wise (CC BY)
La chiquilla a menudo se pregunta si tendría Gayatri a un dios de su lado como lo tiene ella. 

Enredada con sus cavilaciones, los minutos se le pasan volando y, antes de que se dé cuenta, el sol se encuentra con la cima y los rayos comienzan a lamer las paredes del palacio. 

    — Presta atención, Vayu, que está empezando. 

Ha escuchado la historia en cientos de ocasiones, pero no se cansa de recordarla. Con sólo cerrar los ojos vislumbra sin dificultad el rostro emocionado de la Señora Lalwani la primera vez que le recitó aquel cuento. 

«Dicen que el sol es en realidad un antiguo comerciante de espejos que, tiempo atrás, se enamoró de una futura Maharaní del Rajastán», había comenzado su madre con voz solemne. 

    — ¿Gayatri, madre?

   — Esto es mucho antes de la Reina Madre, no seas impaciente— había regañado la mujer antes de continuar. 

«Lamentablemente, ella estaba ya prometida y, aunque hubiese roto el compromiso, su unión era imposible, siendo él un vulgar vendedor y ella de la alta nobleza. Eso no impidió que se buscasen y encontrasen por las calles de la ciudad, resguardados por el cobijo de la oscuridad.» 

Al comienzo de la historia Yamika había reído nerviosa, vislumbrando una aventura llena de misterio. No obstante, el tono de su madre, cada vez más sombrío, había terminado por ahuyentar sus esperanzas. 

«Él, maestro de espejos, sabía bien cómo tenían que esconderse de las miradas. Pero tal fue su pasión, que comenzaron a descuidarse y su secreto saltó pronto de lengua en lengua. No pasó mucho tiempo hasta que el rumor llegó a oídos del Maharajá.» 

Cuando su madre nombró al monarca, a la niña le pareció adivinar un tono de desprecio. Algo extraño cuando la Sra. Lalwani siempre hablaba con sumo respeto de cualquier gobernante. 

«El Maharajá entró entonces en cólera y mandó apresar al comerciante; lo puso en la mazmorra más oscura y prohibió a su próxima esposa que tuviese contacto con él. No le importaron sus ruegos ni las peticiones de clemencia de gran parte de la población, la cual había quedado seducida por aquella historia de amor prohibido.» 

Al llegar a este punto del relato, la mujer se había tomado una pequeña pausa y suspiraba. A los ojos de su hija, parecía embriagada por un profundo sentimiento. Yamika era entonces muy pequeña, pero, acostumbrada ya a la fría y estoica imagen de su progenitora, verla de esa manera, vulnerable e incluso tierna, le había resultado de lo más fascinante. 

    — No se pare ahora, madre— se había quejado nerviosa. 

Ante el ruego de su hija, la mujer respondió ruborizándose por haber perdido la compostura durante un instante. 
  
«Los meses pasaron…», continuó con cierta incomodidad. 
«La ciudad fue cayendo en el más absoluto silencio, motivado por el desprecio a la crueldad de su Maharajá. No se escuchaban los gritos en el mercado ni las canciones en los templos. El monarca, muy a su pesar, entendía perfectamente a su gente, ya que el mismo notaba en su corazón la pena cuando veía cada mañana cómo el rostro de la muchacha, ahora su Maharaní, se iba marchitando, inundado de tristeza por su amado.» 
«Incapaz de soportar la situación, tuvo una idea. Si bien no estaba dispuesto a perdonarle, si creyó conveniente dar a su contrincante una oportunidad. Si mostraba esa clase de piedad, sus súbditos posiblemente recuperarían la fe en su persona, y su esposa dejaría de soñar despierta por amores imposibles.» 

Yamika ya tenía claro que el cuento no iba a acabar bien, pero daba igual lo preparada que estuviese que, a estas alturas, ya tenía los ojos llenos de lágrimas. 

«Por supuesto la apuesta sería una excusa, algo irrealizable. Pero sabía que el mercader, cegado ante su princesa, no se negaría. Es más, confiaba en que el resto del mundo fuera lo suficientemente ingenuo para creer que el amor que ambos se profesaban sería suficiente para desafiar a lo inalcanzable. Así que lo liberó y le propuso un trato: Si era capaz de atravesar a pie el desierto del Thar y traer de vuelta un jazmín de Paquistán, le cedería la mano de su esposa. Bien sabía el Maharajá que no vería un sólo brote hasta atravesar los cientos de kilómetros de arena y adentrarse otros tantos en el país vecino. Seguro de su victoria, incluso permitió, como muestra de buena voluntad, que los dos amantes se despidieran junto a las montañas de lo que hoy es nuestra Jaipur.» 

Llegando al final de la historia, la Sra. Lalwani había cerrado los ojos y se relajaba, como si estuviera rezando un mantra. Su hija, en cambio, era un mar inquieto, respiración agitada y manos temblorosas ante el postrero final. 

«Bajo la luz del atardecer, ella no pudo más y rompió a llorar, pues era seguro que su enamorado moriría en medio del desierto y que ella nunca sabría cuando habría ocurrido. Sin embargo, él, lejos de desesperarse, le confesó que había encontrado una forma para comunicarse con ella, un código mágico que sólo ellos conocerían.» 
«“No estés triste, Maharaní”, le dijo, “cada tarde, al caer el sol, levantaré uno de mis espejos hacia el sol y lo giraré para que devuelva un destello a estas montañas. Si puedes verlo sabrás que te mando un beso, un beso desde el desierto.”» 
«Y fue entonces cuando partió el muchacho, dejando a su querida princesa, con el corazón echado a volar de nuevo y la esperanza de descubrir un destello con cada caída del sol.»
«Fueron diez atardeceres en los que la chica pudo apreciar el reflejo. Diez días en los que volvía llena de alegría a la ciudad, al tiempo que a su esposo lo consumía la rabia. Mas, al onceavo día, una enorme tormenta escondería la luz durante varias semanas. Cuando volvió a despejarse, ella corrió angustiada a lo alto de la montaña. Pero no hubo ningún destello. Únicamente pudo vislumbrar a lo lejos cómo la arena del desierto parecía haberse tornado en un deslumbrante marfil.» 

“Casi como mi blanca piel…”, caviló Yamika olvidándose del cuento por un segundo. 

«Abatida por las malas nuevas, perdió toda esperanza, y, finalmente, aceptó un futuro junto al Maharajá. Todo volvió a la normalidad en la región y ella empezó, poco a poco, a olvidar a su querido mercader »
«Sin embargo, cuando aquel hombre sólo era un lejano recuerdo, un rayo se coló en su corazón inapetente. Y es que, una tarde de otoño, el sol cambió levemente su rumbo y se fue a esconder justo detrás de la montaña, de una manera completamente diferente a la del resto de días. Para cuando apenas quedaba un resquicio de la imponente esfera, un destello cegador se elevó por detrás de la colina, iluminando toda la ciudad durante unos segundos. Al chocar la luz contra las coloridas fachadas, estas devolvieron un brillante reflejo.» 

    — ¿Cómo si fueran espejos, madre? 

La Sra. Lalwani no se inmutó ante la enésima interrupción de su hija y continuó el relato. 

«Al verlo, la joven volvió a sentir un calor que ya no conocía, e, incapaz de contener su alegría, corrió eufórica por todo el palacio. 
Al descubrirla, vivaz y rejuvenecida, su esposo quedó desconcertado. 
“Esposa mía, ¿Qué te hace estar tan llena de felicidad?” preguntó extrañado. 
Ella lo miró y sonrió tranquila. “Mi Maharajá, lo que ocurre es que hoy el sol me ha enviado un beso, un beso desde el desierto”» 
Soukina
Soukina by Cyrili Blanchard (www.cyrilblanchard.com)

Ya han pasado muchos años desde que su madre le contó la historia y Yamika ya no tiene edad para creer en cuentos, en verano cumple los doce. Aun así, sigue seduciéndole aquel relato. Tanto que lo recuerda cada vez que sube a la terraza del templo. Aunque esta tarde lo revive de manera especial, diferente. Quizá sea porque todo su ritual huele a despedida. Con el sabor de la sal rozando su labio superior, siente cómo la invade la emoción que vio aquel día en su madre. Por eso, mientras acuna al pez en sus brazos, decide cantarle los últimos versos del romance. 

«Derrotado, el Maharajá decidió que no merecía la pena mantener a su lado a una mujer que había elegido amar al sol. Así que, en el siguiente atardecer, decidió dejarla libre para que se adentrase en el desierto a reunirse con el astro, reencarnación de su querido mercader. 
Desde entonces, todas las tardes se produce el mismo destello desde detrás de las montañas, dos jóvenes encontrándose en la arena y amándose por siempre. Y es debido a ello que a esta maravilla la conocemos como “el beso del desierto”, la joya de Jaipur.» 

    — Me pregunto si tú los has visto, Vayu— dice mientras pasea un dedo por la pecera. 

Durante un instante tiene la sensación de que el pececillo va a detenerse y darle una respuesta, pero Vayu sigue girando a toda velocidad. Yamika ríe con cierta amargura ante su propia ingenuidad. 

    — Ya falta poco, no seas impaciente. 

Cuando por fin el destello ilumina Jaipur, los ojillos de la niña tiemblan como una fogata. Excitada, se deleita observando el nácar del templo que brilla cual luciérnaga y se fascina por enésima vez con el verdor de la montaña que parece pintado de acuarela. Pero lo más hermoso para Yamika, se encuentra donde su mirada apenas alcanza. Al fondo de la ciudad, el palacio de los vientos se colorea de rosa, la arenisca resplandeciendo ante las últimas luces de la jornada. En el que fue el más esplendoroso harén de la India, las cúpulas recortan sus sombras contra la acera, mostrando la famosa forma en cola de pavo real que todos los turistas buscan fotografiar. Por las pequeñas claraboyas a modo de panal, parecen escaparse las luces de las candelas, como si el tiempo no hubiera pasado y las consortes, cómplices en su encierro, volvieran a reunirse en el alféizar para contemplar el desfile de las calles. 

Para la niña es tan embriagador que hace que se olvide de todo mientras lo observa. Está segura que mientras no olvide esa imagen nunca se sentirá lejos de casa. 

    — De la próxima no pasa. Te prometo que iremos al Palacio Rosa. 

Con la luna creciente en lo alto, se va apagando la ciudad. Se cierra el templo y se empiezan a diluir las voces. Los mercaderes recogen sus pertenencias y arrastran penosamente los carros por la calle principal. En la plaza, los niños, cobrizos por tantas horas al sol, guardan la pelota hecha de harapos y se retan para el día siguiente. En pocos minutos algunos hombres bajarán a tomar el té y discutir de política. El olor del curry se escapará por las ventanas, al tiempo que un par de prostitutas de Saris turquesa romperán con risas el silencio y darán color a la noche. 

Un día cualquiera que termina en Jaipur. 

Yamika, la “iluminada por la luna”, también corre por la penumbra, siempre con cuidado de no volcar la pecera. Cuando llegue a casa le espera una buena reprimenda. Pero no le importa lo más mínimo; el desierto le ha dado un beso. 


2 – Visnú, el preservador 

Han pasado dos semanas y ha llegado la hora de partir para contraer el matrimonio. Días atrás, los dos amigos han intentado colarse en el Palacio Rosa para ver la puesta de sol. Lo único que han obtenido han sido un par de golpes aleccionadores para ella y la amenaza de acabar nadando por el desagüe para el pez. 
Decepcionada por no haber logrado su objetivo, Yamika ha perdido la alegría que tiene enamoriscado a medio vecindario. Ahora mismo se siente espejo de la princesa de la leyenda. 

“Aunque ella encontró al final lo que buscaba”, se consuela. 
  
Aún así, a pesar de su innato optimismo, tiene la impresión que ni siquiera esta moraleja de cuento va a poder levantarle el ánimo. Y es que, por si la partida no fuera suficiente para terminar de deprimirla, hoy ha tenido que ir al trabajo en el telar. Al ser el último día en la ciudad, tenía la esperanza de que la eximiesen de sus obligaciones y la dejaran dar un paseo para despedirse de los lugares que la han acompañado desde pequeña. Mas el Sr. Lalwani ha sido inflexible. Ha entornado los ojillos, taimados y llenos de desprecio, ante la pregunta de la muchacha. A pesar de su espigada figura y su espalda encorvada, sigue teniendo una presencia inquietante para ella. Le reprocha que, para él, ya resulta bastante duro prescindir del salario de su hija a partir de mañana. Que cómo se atreve una renacuaja a hablar de injusticias. 
Carpet makers, near Jaipur, IndiaAnte la súplica de Yamika, su madre calla.
  
Con la batalla perdida, no ha tenido más remedio que agachar la cabeza y resignarse a pasar sus horas finales en un mal iluminado sótano. Al menos, le queda el consuelo de que estos últimos días en el trabajo están tejiendo algo especial, unos pañuelos que le maravillan. En ellos, genista y arcilla se cruzan en un bordado serpenteante que desemboca en dos manos plateadas entrelazadas en un giro, como si bailaran. Y, en los bordes, un remate en forma de cuatro campanillas doradas que resuenan a cada paso. Sin duda, prendas dignas de un palacio. 

A propósito de ello, Priyan, una de las muchachas que comparten taller con ella, lleva días emocionada contando que los pañuelos serían parte de un pedido para Bombay. Dice que se lo ha oído al capataz y que la destinataria de alguno podría ser, por qué no, una famosa actriz. Mientras lo cuenta, y si no hay ningún jefe a la vista, se pone en pie y da un par de giros, imaginándose en un musical de Bollywood. Qué duda cabe de que sabe mover los pies, y así lo atestiguan un par de tímidos aplausos de las compañeras más jóvenes. No en vano, Yamika ha escuchado en más de una ocasión a las vecinas cotorrear con que Priyan podría haber tenido la oportunidad de convertirse en una estrella si no hubiera nacido en el Rajastán. “Pero aquí, la mayor estrella que va a encontrar es si le consiguen un marido rico”, ríen desvergonzadas. 
A Yamika le dan ganas de abofetear a esas señoras cuando las oye. Quiénes son ellas para arruinar los sueños de su amiga, antes incluso de que hayan nacido. ¿Por qué no debería Priyan convertirse una de esas preciosas mujeres de las películas, bailando y cantando sobre aventuras y romance? 

Durante un instante, la pequeña se vislumbra delante de la cámara, ataviada con uno de esos pañuelos y abrazada por deslumbrantes vestidos, con sandalias de perlas llevando sus danzarines pies. El aire anunciaría una especiada comida para el descanso de rodaje y para la noche tendría reservado un espacio privilegiado en el templo para rezar. Sólo de imaginarlo, no puede evitar sonrojarse. Es de veras un sueño bonito el de Priyan. Pero no es para ella. Cuando sea como Gayatri, tendrá demasiadas responsabilidades como para andar entretenida con los focos. 

    — ¡Os recuerdo que para hoy tienen que salir cien unidades!—grita el capataz desde el fondo del subterráneo. 

El berrido, tantas veces temido, trae de golpe a la niña de sus ensoñaciones. Al igual que Gayatri, las costureras tampoco tienen tiempo para distracciones. 

Al regresar a casa, no consigue alejar la imagen de Priyan de su cabeza, feliz mientras hace revolotear la seda, “Miradme, la primera India que gana los Oscars de América”. A Yamika solía hacerle mucha gracia la infantil obstinación de su amiga, pero esta tarde el pensar en ello le hace notar una envidia nunca antes sentida. En el fondo sabe que para ella, por más que trate de aferrarse, hoy puede ser su último día como niña. 

En el instante en que la frase le surca la mente, la atraviesa un escalofrío que se siente tal que un rayo que se le hubiera metido por la blusa. Entonces el estómago comienza a burbujear traicionero y ni siquiera la suave temperatura primaveral de la ciudad consigue darle un poco de calor. Nerviosa, se muerde el labio para tratar de olvidar sus miedos, pero no puede dejar de oír las palabras del Señor Lalwani. “No maldigas tu sino. Eres una joven afortunada, hija mía.”, repite constantemente. “Sé de buena fuente que tu primo es un muchacho apuesto y estoy seguro que en Paquistán tendrás mejor vida que aquí, alabados sean los dioses”. 

La niña no sabe nada de su primo Maahir ni mucho menos de otro país. Únicamente ha creído adivinar en algunas miradas cierto desprecio cuando su padre ha nombrado a los vecinos el destino de su hija. De hecho, Priyan le ha llenado la cabeza con historias de  desavenencias y hasta de guerras entre los dos pueblos, pero que eso es cosa de los hombres, que no se preocupe. Yamika trata de no tener inquietud ante las cosas que no entiende. Lo que le asusta de verdad es no saber si de la mano de su nuevo marido podrá hacer realidad su sueño de convertirse en la nueva Gayatri. 

La niña decide apretar el paso. El agobio va en aumento y tiene que hacer algo para remediarlo. Sabe bien que, en cuanto llegue junto a Vayu, se le pasará todo. No consigue entender el por qué pero, desde que recuerda, admirar la pecera con el inquieto animal le produce una absoluta tranquilidad. Mientras más rápido va él, más sereno se vuelve su corazón. Y es que siempre le ha fascinado el espíritu incansable de su amigo. No importa la hora del día ni la estación del año, que haya comido o no, el pez no se detiene. Es por eso que tuvo claro al instante que había tenido la suerte de encontrarse con Vayu, el dios del viento. 

“No puede ser el dios del viento si está rodeado de agua”, trató de explicarle la señora Lalwani. “Es una ofensa que nombres así a un ser inferior”, le gritó el señor Lalwani. Aunque aquello no achantó a la chica. Si algo había aprendido leyendo los Vedas es que las deidades se presentan de las maneras más diversas y hay que estar lo suficientemente atento a los detalles para poder apreciarlos. Que sus padres no puedan ver más allá de lo evidente es algo que entraba dentro de lo esperable. En cambio, que aquel pez hubiese aparecido en su ciudad, justo a las puertas del palacio de los vientos, sí que debía ser una prueba irrefutable de su verdadera naturaleza. 


Mientras sus pies ya se lanzan casi a la carrera por las callejuelas, trata de distraerse pensando en el día en que conoció a su compañero. Si mal no recuerda, había sido hacía ya un año. Un viejo mercader, uno de tantos que venían desde la capital, se había acercado a ella. Con su aspecto desaliñado, camisa sucia y algo raída, no era precisamente de los que atraía a los clientes más distinguidos. 

    — Niña, ¿Qué hace una flor de loto cómo tú aquí sola? 

Por más que la imagen de aquel hombre le intimidara un poco, Yamika, bien educada en el respeto a sus mayores, se había limitado a inclinar la cabeza en forma de saludo. 

    — Buenos días, señor. Estaba intentando ver el beso del desierto desde ahí arriba— dijo señalando a lo alto de una de las torres— Pero no me dejan entrar. 

    — Vaya, vaya— río jocoso el viejo— pero si tenemos aquí una aventurera. 

Yamika elevó la cabeza, henchida de orgullo ante el piropo. Sin que le diera tiempo a preverlo, el tipo se acercó aún más a ella. 

    — Pues déjame que te diga que tengo un amigo que se ha enamorado de ti, niña. — comentó siseando las palabras.
Baluram
Baluram by Cyril Blanchard (www.cyrilblanchard.com)

Aquello la inquietó de sobremanera y se tambaleó como una rama en invierno. Pero, para su sorpresa, el hombre se giró en un inesperadamente grácil movimiento y hurgó en la carretilla en la que traía sus productos. Tras unos tensos momentos, se volvió hacia la niña con algo cubierto bajo un pañuelo entre sus brazos. Tal era el mimo con que lo agarraba que, durante un segundo, Yamika llegó a pensar que podía estar acunando a un famélico lactante. Al ver la cara angustiada de la chica, una enorme risa de dientes torcidos se asomó detrás del bigote amarilleado por el tabaco, derrumbando en un instante el aspecto amenazador de aquel extraño. De repente tiró del pañuelo dejando a la vista una pecera de circunferencia perfecta. 

Fue así cómo Yamika conocería a Vayu y desde entonces se volverían inseparables. 

     — Este amigo mío no para quieto. — le dijo finalmente el mercader— Si sigues a su lado te aseguro que verás más mundo que el que te ofrece esta ciudad. 

Hoy, en el día de su partida, mientras se apresura hacia casa, saborea las palabras premonitorias de aquel hombre. En su intento de tranquilizarse, se pregunta si salir de Jaipur quizás sea lo mejor que podría ocurrirle, sabedora por las habladurías que en esta ciudad no se cumplen los sueños. Si no, al menos, supone una alegría no tener que separarse de su mejor amigo. “Además”, piensa tratando de darse ánimos, “estando cerca de un Dios, nada malo podría pasarme”. 


3 – Shiva, el destructor 

Cuando llega, la Sra. Lalwani ya la está esperando. Visiblemente nerviosa, lleva el rostro maquillado de violetas y azules. Un larguísimo pelo negro descansa sobre su hombro izquierdo. Rodeándola, una túnica que roba la piel al tigre se posa vaporosa encima de su estrecha figura, dándole un aspecto casi etéreo. 

    — Madre, está hermosa como una novia.— exclama sorprendida la chica. 

    — Por la gracia de Lakshmi, hija mía. 

Yamika hace una reverencia de agradecimiento. Ciertamente se siente en deuda por el presente; la Diosa de la belleza le ha brindado la oportunidad de llevarse la mejor imagen de su progenitora, llena de una juventud que creía perdida. 

    — Mas,—prosigue la Sra. Lalwani— no olvides, Yamika, ’iluminada por la luna’, que sólo hay una novia en esta casa. Y alabados los dioses que han sido generosos con ella, haciéndola mucho más bonita que su madre. 

La joven lleva la vista al suelo, avergonzada. No puede creer que su madre diga semejante disparate. Debe ser que la ciega la proximidad del casamiento. Ella no puede compararse con los famosos ojos esmeralda ni con los labios carnosos de la Sra. Lalwani que tantos comentarios despiertan en el bazar. Y, sobre todo, no posee su preciosa piel tostada que tanto anhela. 

Doli by Cyril Blanchard (www.cyrilblanchard.com)
Doli by Cyril Blanchard (www.cyrilblanchard.com)

Un tanto sofocada, la niña aparta la mirada de la de su madre, la cual parece colmada de satisfacción. Durante unos minutos se dedica a contemplar la que ha sido su casa toda la vida, quién sabe si diciéndole adiós por última vez. Le resulta curioso como ya empieza a echar en falta un lugar en el que siempre detesto estar. Y es que, la familia de Yamika, de pocos recursos, no vive precisamente en uno de los palacios por los que la pequeña ha escalado tantas tardes. La casa no es más que un pequeño hueco excavado en la ladera de la montaña, de las que sólo quedan en las afueras de Jaipur. Mientras en el centro la gente vive en pisos con cada vez más comodidades, los menos afortunados tienen que conformarse con esta especie de cuevas convertidas en hogar. La de los Lalwani únicamente tiene dos habitaciones que quedan separadas por cortinas del salón principal, el habitáculo más grande y dónde hacen vida familiar. La decoración es escueta, destacando una mesa tallada en madera en la que se dibuja un jinete que jala a una mujer de la cintura mientras huyen al galope de lo que parece ser un ejército. Las paredes de la vivienda, toscamente esculpidas en la arcilla, engullen la poca luz que entra por los ventanales, haciendo que las lamparitas colgadas a lo largo de la estancia parezcan una cadena de luciérnagas que guían en la oscuridad, sea de día o de noche. Finalmente, los ojos de la muchacha se posan en el suelo. A los pies de la mesa, un gran plato que algún día fue brillante rebosa lleno de agua. 

Con la chica todavía sonrojada por los halagos, la madre se acerca a ella y la ayuda a desnudarse. Cuando la blusa cae al suelo, se cubre en un acto reflejo. No sabe por qué, pero desde un tiempo a esta parte, no se siente cómoda quitándose la ropa delante de nadie. Si no se resiste es porque sabe de lo importante que es para la Señora Lalwani, que, aunque no pueda acudir al día de la boda, desea poder entregar a su hija libre de las impurezas de la vida anterior. Mientras frota con delicadeza la piel nívea de Yamika, entona una canción. Tan bajito que resulta casi inaudible. 

«Que los malos espíritus se queden en esta pila, mi niña. 
Que los dioses te cubran los pies de dicha, 
que el pecho te rebose del amor de una madre, mi niña. 

Yo te entrego pura al amado, mi vida. 
Riega con hijos las tierras que el sabio cultiva, 
calme la miel el fuego de tus noches, mi vida. 

Hoy, un adiós y una canción para dos amantes, 
una danza bajo la luz de la novia blanca. 
De mi vientre te suelto y a él te regalo. 

Brahma crea, Shiva destruye. Visnú hará que el mundo siga girando.» 

Aunque todavía está violentada por la situación, la chiquilla se siente compungida al escuchar los sentidos versos y se descubre con unas ganas enormes de echarse a los brazos de su madre. Pero es consciente de la sobriedad del ritual. 
Cuando termina el baño, la mujer la acompaña hasta la puerta de la estancia donde hay colocado un espejo ovoide, carcomido ya por el óxido. A pesar de sus reticencias, la niña es obligada a observar su reflejo. 

    — No puedes esconderte cuando estés frente al ser amado— le susurra la madre. 

Yamika tiene aún las facciones ligeras, nariz chata y cuerpo como el de los chicos que todavía juegan en las calles. Su tez, menos café de lo habitual, le da un toque exótico que la Sra. Lalwani considera un regalo de los dioses. “A los hombres siempre les gusta lo diferente”, afirma mientras trenza el pelo de su hija. Ella siempre ha odiado no tener la piel oscura como sus amigas. Para mayor desgracia, su premonitorio nombre la ha cubierto de burlas desde muy pequeña. «A los niños del barrio no les gustaba lo diferente, madre», se lamenta para sí misma. 

Hoy le pintan el rostro de vanidad. Océano en los párpados y tierra en los labios. Los olores de la pintura son tan intensos que le humedecen los ojos. Vestida con las mejores sedas blancas que la familia se ha podido permitir, más que nunca se parece a una Maharaní. Pero no le causa la ilusión que esperaba. 

    — ¿Madre?—se atreve a preguntar—¿Cree que volveré a encontrarme con usted? 

La señora se toma su tiempo para contestar. Con un movimiento pausado, la agarra de los hombros y la observa de arriba a abajo con la serenidad de un animal que contempla a su cría. 

    — Sólo el gran Brahma lo sabe, mi luna inquieta. Si tiene que ocurrir, ocurrirá. 

   — Pero Padre dice que Pakistán está lejos y que tengo que despedirme para siempre. 

   — Tu Padre dice muchas cosas, Yamika. No debes ver sino bondad en sus palabras. Él es un hombre sabio que sólo busca tu felicidad. El trato que ha conseguido así lo demuestra. 

La chica aprieta los dientes. Hasta ahora se ha mantenido en calma por deferencia a su madre, pero no puede evitar que esas afirmaciones la enerven hasta el extremo. No soporta que su padre vea algún beneficio en mandarla a cientos de kilómetros de casa. 

   — Pero no es justo. En realidad no es más que un cascarrabias egoísta—patalea la niña frustrada.— Ni siquiera me ha dejado despedirme de… 

Cuando la mano golpea el rostro de la niña se produce un silencio vacío. De repente, parece que un viento enmudecedor hubiese entrado por la ventana llevándose las palabras de la casa. 

La mujer, tras pegar la bofetada, se ha quedado inmóvil, petrificada. Sus ojos asustados buscan una reacción de la niña que, simplemente, permanece con la boca abierta, sin acertar que decir a continuación. Pasados unos instantes, la madre por fin reacciona. 

   — Perdóname, mi niña. Te he estropeado el maquillaje.—comenta tratando de disimular su perturbación. 

A Yamika, la visión de su madre, al borde del temblor, le provoca una compasión que hace olvidar la rabia. En el momento del golpe, la primera reacción había sido rebelarse contra el ataque, cual gato acorralado, pero ahora, si le preguntasen, diría que la tigresa se ha transformado en un pajarillo herido. 
Sanita
Sanita by Cyril Blanchard (www.cyrilblanchard.com)

   — No se preocupe, madre, apenas se aprecia. 

La mujer trata de sonreír ante la delicadeza de su pequeña, aunque lo más que consigue es dibujar una amarga mueca en los labios. Quiere volver a parecer relajada pero se puede ver a través de ella. Yamika reconoce el gesto. A medio camino entre la tristeza y la resignación, hace años que se ha convertido en el maquillaje diario de su madre. 

   — En un momento lo arregla usted— comenta con dulzura la niña. 

   — Es cierto. Aún queda tiempo hasta que vengan a por ti— susurra la Sra. Lalwani. 

A pesar del suave tono, ese “vengan” resuena igual que un diapasón en la cabeza de Yamika. Es como si en vez de llevarla a través de la frontera la fueran a secuestrar. Algo que tampoco le parece mentira del todo. 

Mientras su madre empieza a trazarle de nuevo los párpados con el lapislázuli, Yamika intenta imaginar cómo será su recibimiento en Rahim Yar Khan, la ciudad donde sus tíos marcharon hace años en busca de fortuna. Pero, por más que intenta visualizarlo, no consigue pensar con claridad. Si Vayu estuviese ahora con ella quizá lo vería de otro modo. 

   — ¿Usted cree que será buena persona?— comenta finalmente la joven en lo que asemeja más a una súplica que a una pregunta. 

   — ¿A quién te refieres, cariño? — responde la mujer más tranquila. 

   — A mi esposo. A Maahir. 

   — Por supuesto, querida. Su madre me ha escrito mucho sobre él. Es un joven muy querido en Rahim. Además, pronto heredará el negocio de los mangos y se convertirá en un hombre muy respetable. 

   — Supongo que tiene razón—replica la muchacha, derrotada— Padre asegura que será un gran marido y que tengo que agradecer a los dioses por la fortuna que he tenido. 

   —Y tiene razón, hija mía.—contesta con tiento— Entiendo tu inquietud, de verdad que lo hago. Pero piensa que lo normal es que te hubieras casado hace dos o tres años, como me pasó a mí. Y, además, con nuestra posición, posiblemente no con un buen hombre. Ha sido una suerte que tu tío se encaprichase con juntarte con su hijo. 

En esos momentos la madre detiene su discurso. Contempla cómo es ahora su pequeña la que tiembla como un polluelo, la mirada perdida en la pared, los habituales pozos alegres a punto de desbordarse en cascadas. Parece que las tornas se han cambiado en cuestión de unos segundos. Conmovida, toma la determinación de olvidar las formalidades y abraza a la niña con todas sus fuerzas. Yamika, sorprendida por el gesto, no puede evitar dar un respingón, pero al instante se vence y refugia la cabeza en el pecho de la señora Lalwani. Un par de lagrimones se le escapan por las mejillas. La madre, cuando nota la sal húmeda en su seno, tiene que morderse el labio para no seguir a su hija en el desahogo. 

Unos minutos que parecen horas, las dos entrelazadas y los compungidos sollozos de una niña poniendo música a la noche de Jaipur. Finalmente, cuando Yamika consigue calmarse, ambas deciden tomar asiento en los cojines de cuero que sirven de asiento para la mesa principal. Es la madre, en un gesto cómplice, la que trae la pecera de Vayu y la coloca en el centro de la madera. Su hija se pregunta si la Sra. Lalwani será consciente de la magia con que el animal reconforta el alma, o únicamente busca complacerla. 

Con la visión del incansable dios del viento, y sin que la niña quiera soltar la mano de su progenitora, dejan pasar el tiempo hasta que llegue el señor Lalwani con el guía. Un descocido para llevar a la novia por las dunas del Thar hasta Paquistán. 

   — Madre, ¿Podría contarme otra vez el cuento del beso del desierto? 

***

Ya pasa la medianoche cuando su padre aparece por la puerta. Trae el olor del té y el opio pegados a la camisa, los ojos hundidos de pensar demasiado. Tras su menuda silueta, aparece un hombretón imponente, de mandíbula de buey y bigotillo de serpiente. Tan sólo vislumbrar su sombra, Yamika se ha sobresaltado. Fue conocerlo por primera vez hace unos días, y haber quedado atemorizada de su aspecto. Y es que aquel gigante le recordó a los inquietantes Demonios de ojillos amarillentos que las nodrizas relatan en sus historias. Terribles y sanguinarias presencias para asustar a los más pequeños y que ella interpretaba necesariamente como una señal de que ese hombre no era de fiar. 

Tras el susto inicial, la niña recupera enseguida el decoro. No quiere molestar al Sr. Lalwani con sus dudas. Tras la conversación con su madre, y a pesar de la rabia, trata de entender al hombre y lo importante que es este casamiento para él. Han sido ya tantas veces las que le han repetido que no es habitual para una familia humilde conseguir un arreglo tan beneficioso como el que se ha dado. Un camello y una decena de sedas se suponen una dote muy exigua para la novia. 

Mas, a pesar de lo positivo del trato, en el barrio se rumorea que conseguir al animal de carga no ha sido fácil, y que el padre ha tenido que pedir más favores de los que le hubiese gustado. Por si fuera poco, la noche anterior Yamika ha escuchado a hurtadillas una conversación entre sus progenitores y ha descubierto que lo más complicado habría sido, por mucho, el reunir las veinte mil rupias para pagar a un guía que acompañe a la futura esposa en la travesía por el Thar. Por lo que se ve, el Demonio es el único que ha accedido a hacer el trabajo por ese dinero, y además estableciendo unas particulares condiciones. Ella tiene la sospecha de que de ahí vienen las ojeras del Sr. Lalwani. 

Porque, por lo que ha sabido de los indiscretos labios de su madre, desde el principio el Demonio había tenido claro que sólo cargaría con ella y con el camello si el viaje se adentraba en el desierto. Aunque ella no conoce mucho el lugar al que se dirige, sí sabe, como todo el mundo en Jaipur, que la ruta más segura hacia el país vecino es bordeándolo, siendo incluso mucho más rápido por el estado de las carreteras. Pero al parecer el tipo tiene intención de hacer varias paradas comerciales en las aldeas que crecen a ambos lados de la ruta turística de las dunas. Ya se lo advirtió Priyan el día que se enteró de su travesía con el vendedor, “Lo malo que tienen los comerciantes es que no hacen una travesía por el camino más sencillo si hay otro más rentable”. Para su desgracia, su amiga suele acertar con frecuencia. 
Shita
Shita by Cyril Blanchard (www.cyrilblanchard.com)
 
A base de acribillar a preguntas a la Sra. Lalwani, también ha descubierto que su padre nunca habría estado de acuerdo con esa idea, pero que, tras varias negociaciones, lo más que había obtenido había sido una leve rebaja en los honorarios del Demonio y que éste se encargase del remolque del animal. Como cabía esperar, lo que ha aportado éste, un puñado de hierros sobre dos ruedas, es más parecido a una jaula de tortura que a un transporte. Yamika se estremece al imaginar lo que le espera al pobre jorobado. 

Cuando llega el momento de partida, el Señor Lalwani, en un arrebato de severidad, considera que Vayu y su pecera deben quedarse. Proclama con vehemencia que no es apropiado para la novia aparecer con cargas de su pasado. Según parece el ritual del baño no es suficiente para el patriarca, que se muestra empeñado en demostrar su autoridad ante los ojos extraños del Demonio. 

Muy orgulloso de su lección, no puede más que sorprenderse cuando su mujer salta frente a él, como si fuese el tigre que la viste. 

   — ¿Es que acaso usted,—replica con energía— que siempre ha defendido la veneración como único camino a la pureza, está dispuesto a arrebatarle a la niña sus dioses? 

   — Es sólo un pez, no es ningún dios. — responde visiblemente incómodo. 

   — Es lo que siempre le hemos dicho, pero ¿y si estamos equivocados? ¿No cree que en otros tiempos otros pudieron decir de Ganesha que era tan sólo un elefante o que Varaja no tenía más valor que un vulgar jabalí común? 

El Sr. Lalwani, cada vez más tenso, no responde. La viva imagen de la frustración, agarra la pecera y la rodea con sus brazos, como un niño que no quiere prestar un juguete. La mujer, como si acabara de comprender algo, se tranquiliza y acerca su rostro al de su marido. 
  
   — Perdóneme por haberle faltado.— dice zalamera— Únicamente trataba de aplicar los Vedas como había creído entenderlos. Ya sabe que tomo muy en serio cuando nos hablan de la importancia de encontrar la fe en las diferentes representaciones del Brahman

El hombre asiente satisfecho. Con una sonrisa bravucona muestra al Demonio su recobrada confianza. Parece que todo vuelve a su cauce, pero nada más lejos. Al girar de nuevo la cabeza vuelve a encontrarse con la expresión confiada de su esposa, dispuesta para volver a la carga. 

   — Pero, permítame que insista, puesto que parece evidente que no debo haber comprendido bien el significado de los textos sagrados. 

   — Es incuestionable que no los has leído con la suficiente dedicación. — responde arrogante. 

   — Es probable, y es por eso que apelo a su sabiduría. Para que me explique el pasaje dónde se insiste en que, a aquellos que pierden la fe, hay que darles el mayor apoyo físico y espiritual para recuperar el camino sagrado. 

El marido permanece desconcertado. No tiene muy claro que la conversación vaya por los cauces que le gustaría. 

   — “Es deber del creyente, guiar al extraviado de nuevo a la senda.”— recita el hombre de memoria, sin emoción alguna.

   — Entonces, esposo mío ¿Quizá está sugiriendo que sería más conveniente que un verdadero devoto, una madre por ejemplo, marchara con su hija hasta que encuentre un nuevo dios que le muestre la verdad del mundo? 

El Demonio emite una sonora carcajada. Las mejillas del Sr. Lalwani se agrietan, rebosantes de ira contenida. No quiere entrar en la discusión con su esposa delante de un invitado, por mucho que éste sea un maleducado. Espera, más bien desea, que ella se dé cuenta de lo inapropiado de su comportamiento, mas en sus ojos sólo vislumbra una determinación que hacía años que no veía. 

Sin saber que decir, el hombre refunfuña y deja la pecera sobre la mesa. Por unos segundos observa con enfado el rostro de su mujer, buscando en su cabeza las palabras que le devuelvan la integridad perdida. Finalmente, ofuscado, sale hecho un basilisco por la puerta, rumbo a esconderse de nuevo en el humo del café. 

La última mirada que la casa contempla esta noche es la de una niña que observa orgullosa a la tigresa de piel tostada, que ha despertado de su letargo para parecerse a Gayatri, para regalarle una honrosa despedida. 

***

Con la primera luz del amanecer, Yamika emprende su viaje hacia un país desconocido. A su espalda queda la ciudad rosa, y ante sus ojos kilómetros de granos de marfil. El camello, famélico y arrugado, encorva su cuello para poder entrar en su confinamiento. En el asiento de atrás del jeep, el pez dorado sigue haciendo remolinos con sus giros, como si nada hubiera cambiado. A su lado, la niña mantiene la mirada al frente, decidida a no voltear la cabeza hacia el pasado. Al poco tiempo, agotada de tantas emociones y con el traqueteo del vehículo, termina por quedarse dormida. 

Con suerte, soñará que es la princesa del cuento y que la espera un beso en el desierto. 


4 – Vayu, el observador 

Hace horas que el motor se incendió y el jeep se salió del camino. Al volcar el remolque, el camello ha tenido la suerte de una muerte rápida. El cuello se le ha partido en tres en una inverosímil curvatura y los trozos de hierro se le han clavado por todo el lomo. Pero lo que más impacta a la niña es ver como la arena se pinta poco a poco de negro bajo el cuerpo del animal.

   — ¡No te quedes ahí parada, ese se ha quedado ya para hacer alfombras!—pregona el Demonio enfadado. 

Yamika le lanza una mirada de desprecio. Si antes de comenzar el viaje, aquel tipo le había parecido inquietante, ahora ha descubierto que también es un sádico. Aunque en esta situación eso no le parece lo peor. Mucho más peligroso que su maldad resulta el haber comprobado, varios kilómetros atrás, que tiene el cráneo completamente vacío. Y es que el hombre, ofuscado por unas cuantas malas transacciones del día anterior, había decidido cambiar el rumbo y visitar una pequeña población bastante alejada. Se emocionaba al pensar que, según sus cálculos, el que estuviesen tan aislados le garantizaría un recibimiento por todo lo alto, acompañado de sustanciales ganancias. De nada sirvieron las súplicas de la chica, temerosa de que la avaricia del mercader les complicara aún más la llegada al aún lejano destino. Él se reía y la llamaba ignorante, que ella no sabía nada del desierto, que si se creía que podía dar lecciones a un guía experto. Al final, el iluso ha acabado siendo él, que no contaba con que lo precario del terreno fuese demasiado para el vehículo. El motor echando humo había sido la prueba irrefutable de que aquel personaje era un idiota. 

Como resultado, los dos viajantes se han quedado varados, rodeados por kilómetros de invariable horizonte, los rayos lacerando la piel a cada segundo. 

Entre tanto infortunio, el único consuelo que le ha quedado a la muchacha es que, a pesar del aparatoso frenazo, se las ha podido ingeniar para que la pecera no volcase, poniendo a salvo a su amigo. Aún así, tiene la impresión de que algo no va bien con el divino pez. Ha sido bajar del jeep y descubrir, afligida, que el animal ya no gira tan rápido como lo hacía en la ciudad, casi parece que el tiempo corriese más lento ahora en su habitáculo. Yamika, tratando de encontrar una explicación, se plantea si no tendrá que ver con que, en este lugar, el aire parece haber sido engullido por la arena, con la atmósfera ausente de toda humedad.

Como si tratase de darle fuerzas, aprieta el cristal contra su pecho al tiempo que se pregunta, por primera vez, si el poder del desierto no será mayor que el de un dios.

«Vayu, ¿dónde te llevaste el viento?»

"The warrior within..." by Rakesh JV (CC BY-NC)
El golpe metálico de la bota del Demonio contra la puerta del coche, trae a Yamika de vuelta al presente. La frustración ha terminado por vencer al hombre, que resopla al borde de la histeria, dando vueltas como un caballo encabritado. Ante el negro panorama, Yamika intenta tranquilizarse. La rabia contra el tipo le martillea las sienes, pero es consciente que tiene que apresurarse en pensar en algo, amenazados como están por la inminente llegada de la gélida oscuridad. “En el desierto, el sol es el que tiene mala fama, pero es la luna con su frío abrazo la que de verdad hay que temer”, reza un viejo proverbio de los que tanto gustan a su padre. Si es la mitad de sabio de lo que siempre ha asegurado la Sra. Lalwani, pronto el asfixiante calor será el menor de sus problemas.

   — Escuche señor, creo que deberíamos...

   — ¡Silencio, niña!— grita el hombre desgañitándose — ¡Si no te callas, no puedo pensar!

Yamika cierra la boca al instante. El berrido le ha dejado claro que el Demonio está fuera de sí y que es mejor no hacerle enfadar. Durante unos momentos escudriña la posibilidad de salir corriendo con Vayu, pero enseguida descarta la idea. Él apenas tardaría en alcanzarla y seguro que le haría pagar por el desafío. Mas, si no puede marcharse por su cuenta ni hacer entrar en razón a su captor, ¿qué opciones le quedan? Con el nerviosismo del que se siente enjaulado, comienzan a amontonarse en la cabeza descabelladas ideas, ruidosas como serpientes de cascabel. Entretanto, siente que va creciendo una impotencia que la desgarra por dentro. ¿De qué le sirve tener la iniciativa si no tiene la fuerza para llevarla a cabo?

Habiendo descartado cualquier posibilidad, a Yamika sólo le queda aferrarse a la esperanza de que la razón por la que Vayu haya reducido su velocidad radique en que está preparando un milagro, algo que les saque de esta prisión sin paredes.

Mientras la niña reza en silencio, el Demonio decide agarrarla y lanzarse a caminar por la arena. Con las escasas provisiones a la espalda, no deja de maldecir a la pequeña, la cual, según él, le ha traído la desgracia con sus dioses impuros. 

   — ¡No volvería a llevarte ni por el doble de lo que me pagaron, desgraciada! Al primero que me ofrezca un trago, te pienso vender. — amenaza.

Cuando atraviesan la tercera duna, el jeep desaparece de su vista. Perder el único referente en estos idénticos puntos cardinales provoca un escalofrío en la niña. 

***

El Demonio, bruto e inconsciente, se ha fundido el agua en la primera hora. Insiste en que la siguiente aldea está muy cerca, pero a cada paso que van sólo encuentran praderas infinitas de sílice, gemelas unas de otras. 

No pasa mucho hasta que el idiota tiene una descabellada idea. Sofocado y consumido por la sed, propone beberse el agua del hogar de Vayu. 
Horrorizada ante la crueldad del guía, la niña no lo piensa dos veces. Ahora sí, agarra la pecera con fuerza y se echa a correr en dirección contraria. A estas alturas ya se ha dado cuenta de que el hombre es realmente un monstruo con el que no va a poder negociar. Pero, como era de esperar, las piernas del tipo son mucho más largas y su voluntad, por muy retorcida que esté, resulta incuestionable. Cuando llega a su altura, la agarra con los enormes brazos, apretando a la pequeña tal que una red a su presa. Un único tirón basta para arrebatarle a su mejor amigo, mientras Yamika chilla enloquecida.

   — Tranquila, princesa, — espeta él con arrogancia— que no es más que un pez.

En el momento en que la niña trata de revolverse, el Demonio la golpea con el dorso de la mano, haciéndola caer como un peso muerto. Nada más chocar con el suelo, la niña aúlla de dolor, sintiendo como el cerebro le retumba por dentro. Al levantar la cabeza, comprueba asustada que no sólo el camello puede teñir la arena de carbón. 

Aún aturdida, no encuentra las fuerzas para detener al monstruo, el cual, ante la expresión descompuesta de Yamika, sorbe con gula el líquido por el que navega el incansable Dios. Al dar el último trago, dedica a su víctima una sonrisa cargada de la más pura crueldad y lanza la pecera al aire. Con las pupilas ahogadas en lágrimas, la niña apenas puede vislumbrar como el cristal se rompe en cien pedazos. 

Cuando cae sobre la arena, Vayu no se detiene. Aletea con violencia, formando minúsculas olas amarillas a cada golpe. Con dificultad, el pez trata de seguir girando en su nueva pecera de tierra. 

Inundada por la rabia, la joven se pone en pie y da un salto hacia el monstruo. A pesar de su menudo cuerpo, lo derriba con el impulso, casi parece que tuviese dos tornados naciendo de la planta de los pies. En la mirada del hombre se aparece la sorpresa ante la fuerza de la escuchimizada adolescente. Todavía dolorido por la caída, comienza a gruñir visiblemente enojado.

En el instante en que el cristal penetra en la garganta, cesa el ruido. Apenas se escucha la respiración agitada de Yamika, que escudriña con soberbia los ojillos de su víctima. La expresión de estupor del Demonio se ha transformado ahora en un miedo absoluto. Un terror que lo engulle y le trae de vuelta pesadillas que ya no recordaba. No sabe cuando ha cogido la niña uno de los pedazos de la pecera, ni como ha sacado las fuerzas para tumbar a un gigante como él. “Quizá, después de todo, sí se tratase de un dios”. 

Las ideas se le acumulan como torbellinos que van y vienen a toda velocidad, sin que tenga tiempo de distinguir nada. Y al final, de golpe, todo se detiene. Justo antes de que se le apaguen los ojos, alcanza a vislumbrar una última imagen, una que le lleva de vuelta a una cafetería en una tarde de primavera, la misma donde trató de engañar a un pobre hombre para llevar a su hija a través del traicionero desierto. 

La niña contempla el cuerpo inerte del Demonio y degusta la satisfacción de la justicia subiéndole por la garganta. Se descubre con ganas de despedazar al tipo y enterrarlo, sólo para que los buitres no tengan que comerse algo tan despreciable. Cegada aún por la cólera, tarda unos segundos en percatarse de que su amigo sigue tratando de nadar sobre la arena. Como si se acabara de despertar de un terrible sueño, Yamika vuelve a tener doce años y corre angustiada a reunirse con Vayu. 

Cuando lo tiene a los pies, lo observa sin atreverse a mover un músculo. Con enorme dificultad aguanta el llanto y aprieta los dientes para dejar de temblar. Aunque le aterroriza la próxima pérdida de su único amigo, el profundo respeto por la lucha del animal le infunde a mantenerse en silencio. 

Tras un par de amorfos círculos, finalmente Vayu se queda sin fuerzas. Exhala lo que parece un suspiro y deja de moverse. 
Yamika respira hondo, se agacha hacia él y reza su plegaria. 

«Un árbol muere sin agua y el hombre nace empapado. 
El sol se esconde cuando la luna se viste de novia.
La mañana sonroja y la tarde llora. 
Brahma crea, Shiva destruye. Visnú hará que el mundo siga girando. 
Y mientras, Vayu, montado a la cola del viento, lo observará todo.»

Mira el cadáver del pez por última vez y da las gracias por las enseñanzas recibidas.  Como si fuese una respuesta, una inesperada ráfaga de aire le levanta de golpe la falda de novia hacia el cielo. La pequeña, lejos de sorprenderse, se deja envolver por la brisa que parece querer bailar con ella. De repente tiene la extraña impresión de haber perdido todo el peso de su cuerpo, el cual se desvanece, y con él, todas sus preocupaciones. En medio de esta desconocida tranquilidad, se permite un último sueño de niña; uno en el que se convierte en pluma y vuela junto al viento, lejos de este lugar.

«Un nuevo Dios del viento.» 

Hoy, la joven mujer, bajo un sol inquisidor, ya no tiembla. La serenidad la viste, sintiendo la paz del que cree haber comprendido, por fin, el verdadero significado. Y es que la realidad le ha enseñado que ningún ser puede girar eternamente, no importa que sea un pez o un dios. Únicamente es el mundo el que parece no detenerse, no esperar por nadie. Con esa certeza, ya no necesita dejarse llevar por el miedo. Pase lo que pase, es probable que mañana todo siga su curso, tanto si ella acaba dormida bajo dunas de blanco cegador o entre los brazos de su primo Maahir. 

Con el fuego de la arena colándose por los pies, Yamika comienza a caminar con determinación por el monótono desierto. Dentro de poco no podrá distinguir el paisaje y su vista creerá que el universo ya es solamente azul y marfil. Antes de que eso pase, se toma un instante y cierra los ojos. Quiere ver por última vez a aquella niña que observa el atardecer desde una terraza en Jaipur. 

Una niña que quiso ser Gayatri Devi y que conoció al dios del viento.

Le chamelier
Le chamelier by Cyril Blanchard (www.cyrilblanchard.com)







* Notas:
-La sagrada Trimurti: Brahma, Shiva y Visnú son las representaciones del Dios absoluto Brahman y los más adorados en el hinduismo. Juntos componen la conocida como ‘Trimurti’. 
-Vayu: En el hinduismo es considerado el dios del viento.
-Jaipur: Capital del Rajastán Indio. Comunmente conocida por la ciudad rosa, debido a que en parte está pintada en estuco rosado, imitando la  arenisca. Posteriormente, con la visita en 1905 del príncipe de Gales se volvieron a pintar de rosa los edificios, como símbolo de hospitalidad.
-Birla Mandir: Templos hindús que hay por toda la India. El de Jaipur se caracteriza por ser completamente blanco.
-Palacio de los vientos: El "Hawa Mahal", es el palacio más emblemático de Jaipur. Se destaca por su color rosado y su forma de cola de pavo real.
-Desierto del Thar: Desierto del Rajastán, al oeste de la India, se extiende hasta la frontera con Paquistán
-Gayatri Devi: Conocida como la reina madre de Jaipur, fue una líder destacada que tras ser maharaní entró en política y luchó por la posición de los más necesitados y especialmente de las mujeres.
-Maharajá: Significa gran rey, aunque se utiliza también para otros puestos de poder. Su homónimo femenino es la maharaní.
-Vedas: Se denominan Vedas ("Conocimiento") a los cuatro textos más antiguos de la literatura India, base de la religión védica, previa a la hinduista. 
-Bollywood: Industira del cine Indio, asentada en Bombay, de enorme popularidad y extensa producción (la mayor del mundo). Son famosas sus producciones musicales y sus historias de corte romántico, acción o cómico.
-Brahman: A menudo confundido en occidente con Brahma, Brahman es la divinidad absoluta, y se supone que el resto de dioses son susrepresentaciones.
-Lakshmi: Diosa hindú de ka belleza y la buena suerte. Consorte eterna del Dios Visnú.
-Ganesha: Dios hindú de la inteligencia y la sabiduría. Se representa con cuerpo humano y cabeza de elefante.
-Varaja: Avatar (encarnación) del Dios Visnú.  Se representa con forma de jabalí.
-Rupias Indias: Moneda oficial de la República popular India. Las 20.000 rupias del relato equivalen aprox. a 265 €.
-Rahim Yar Khan: Provincia agrícola de Pakistán, situada al oeste del desierto del Thar. Destacan en la producción del mango. 

25 comentarios:

  1. Iba a hacerte caso y leer tu relato por capítulos pero, en cuanto he leído la primera frase ya no he podido parar. No sé por dónde empezar, si por las bellas descripciones, la ternura que desprende cada párrafo, la leyenda. Ya ves que me dejo para a Yamika, la niña que me ha enamorado. Me ha emocionado su dulzura y esa oración en mitad del desierto casi, bueno no tan casi, me ha hecho llorar. Se nota que lo has escrito con mucho mimo, cuidando los detalles. No sé qué más decirte, sólo que tienes mi admiración. Te diré que leo mucho pero hace mucho tiempo que no leía algo tan bueno. Felicidades Alejandro. Un beso

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    1. Gracias Ana. Tus palabras me llegan muy dentro. Ya te he contado alguna vez que me cuesta mucho sacar los textos, y este tan largo ya ni te cuento. Por eso que te haya emocionado es un premio maravilloso. Gracias por tu constante apoyo. Un beso muy grande.

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  2. Ale, ya te lo dije nada más conocer la primera parte, me emocionó como hace tiempo que no me emociono, sinceramente, la presentación es genial y los otros tres capítulos (aclaro, Alejandro me lo ha ido anticipando en 4 capítulos, casi según iban saliendo del horno). Yo estaba muy contento con mi wandering fish, pero ahora se me ha quedado pezqueñín. Enhorabuena maestro.

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    1. Gracias, amigo. El correo que enviaste a los compañeros es el mejor regalo literario que me han hecho en tiempo. Ahí el que se emocionó fui yo. Por cierto, tu pez es grande, de los de pecera ancha y agua cristalina. Un abrazo, chaval.

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  3. Quería decir y los otros tres capítulos no le andan a la zaga. La emoción me pudo.

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  4. Me ha pasado lo que a Ana, tenía intención de leerlo por capítulos pero al final no he podido dejar de leerlo del tirón. Se nota cuando un autor se toma en serio lo que escribe, se documenta y mide cada palabra, pues cada palabra en este relato ocupa su lugar exacto. Tejes una historia llena de matices, abundante en detalles y excelentemente ambientada en un lugar que a la mayoría nos es desconocido pero al que nos acercas de forma solvente. Y en la que en todo momento está presente la introspección de la protagonista, el sentimiento y la ternura que lo impregna todo. Gran trabajo Alejandro, del que sin duda tienes que sentirte muy orgulloso.

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    1. Gracias Jorge. Me animan tus palabras. La satisfacción es ver como le dedicaís vuestro tiempo a un relato tan largo y que además lo disfrutáis.

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  5. Gracias Alejandro (reverencia, reverencia)por regalarnos esta historia. Cuando alguien disfruta y se empapa como tú lo has hecho, escribiendo un relato, quienes lo leemos lo notamos, lo sentimos, nos empapamos con las mismas sensaciones. Yo también he quedado prendado de Yamika, porque tus palabras me han llevado hasta ella. Me he leído el relato entero por supuesto (qué es eso de dejarse una parte para otro día) y me has llevado literalmente a esa Jaipur, a la casa de los padres de Yamika, al desierto, al Palacio del viento, en fin, a todo un mundo recreado con el cariño y el saber hacer de un artesano de las palabras. Si este texto fuese una película y yo estuviese viéndola en el cine, al fundir en negro la última imagen, yo seguiría allí, sentado, sin poder moverme, todavía prisionero de ese final que no quiere irse, que quiere llevarte consigo para rescatar a la niña del ardiente desierto y llevarla de nuevo junto a su madre. ¿No te ha pasado eso alguna vez en el cine?
    De verdad Alejandro, aplaudo tu trabajo. Como dice Jorge, siéntete orgulloso de él, porque lo merece
    Un abrazo

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    1. Gracias Isidoro. Aprecio enormemente tus palabras. Si algo trato de hacer en los relatos es que sean visuales, supongo que por mi propia formación en el cine. Que me digas lo de la pantalla, pues que quieres que te diga, me emociona. Porque claro que me pasa eso, el quedarme embriagado de una película y luego no saber soltarla.
      Gracias Isidoro. La reverencia te la hago yo a ti y a tu Cruz Silveira.
      Un abrazo

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  6. Alejandrillo,no es bello;es maravilloso.cine;creo que has visto el rayo verde.me alegro mucho por tí.Gracias.

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    1. Me alegro que te guste Falín. Me tienes que explicar lo del rayo verde. En el próximo sushi me lo cuentas. Gracias a ti.

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  7. Alejandro, todavía lo estoy leyendo, pero no quiero esperar para hacerte llegar mi alegría al verte tan creativo. Has encontrado el tiempo para colar la escritura (tu, mi: locura), caiga quien caiga, jajaja. Das cátedra amigo, que bien escrito y cuanto detalle cuidado. Una obra de arte que aplaudo con las palmas ya enrojecidas y para que te conste, no solo divierte aprender, también la recreación literaria que haces es lo que gratifica. Un abrazo GRANDE, Carlos

    PD: gracias por participar.

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    1. Gracias Carlos. Espero que te gustara hasta el final. Me alegra de sobremanera que volvamos a retomar contacto literario. Muchas gracias por tu comentario.
      Un gran abrazo.

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  8. Por fin he encontrado un hueco para deleitarme con tu relato. Una verdadera maravilla. Mis más sinceras felicitaciones por esta historia extraordinaria, por la exhaustiva documentación y por el amor y dedicación que a buen seguro le has puesto. Yamika, es un personaje tan entrañable, tan admirable que, como te apunta Ana, es difícil no enamorarse de ella. Es además un relato que despierta todos los sentidos, no solo el visual con los colores de Jaipur, los atardeceres, los vestidos, el rostro de Yamika, el desierto…, también he podido acariciar la arena o las sedas e incluso sentir los olores tan peculiares de la India. Es un relato, pero a veces me ha dado la sensación de que era poesía. Alejandro, sé de la calidad de todos tus escritos, pero este en particular creo que es el mejor que he leído. He viajado a la India y me he perdido en el desierto Thar junto a Yamika. Un abrazo y mi admiración. (pedazo de escritor, si señor)

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    1. Vaya Jose, me sacas los colores. Lo que parece haberte transmitido el relato se parece mucho a lo que yo sentía cuando lo escribía, por lo que me llega mucho lo que dices. Te agradezco mucho la lectura y el comentario.
      Yo también te admiro como escritor desde que descubrí Tusrelatos. Espero que nos sigamos leyendo.
      Un abrazo.

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  9. Lo he leído y releído varias veces y no termino de admirarme por el trabajo de investigación histórico, geográfico y socio-cultural que indudablemente precede al escrito. No contento con ello “pintas” cada paisaje y desde el personaje principal recreas costumbres y usanzas de ese lugar que normalmente se ignora.

    Narras las aventuras y desventuras de una adolescente que, obligada, debe hacerse mujer por el matrimonio. Sus sueños, sus anhelos (Bollywood) y su amigo “el dios del viento”. También, con los relatos y cantos de la madre (La señora Lalwani) le das el sustento milenario a las costumbres de la India donde el padre “pacta” el casamiento.

    Usas recursos narrativos tan creativos que, como el trabajo de un orfebre, has debido pulir con tiempo y cariño.

    El final… una preciosura de humanidad. Un envidioso abrazo, Carlos

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    1. Gracias mil Carlos. Que releas un cuento tan largo me produce una enorme satisfacción y me impulsa a seguir enfrascado en esta tarea que tanto nos gusta.
      Y de envidia nada, compañero, que ya quisiera yo tener tus variadas y preciosas antologías.
      Un gran abrazo.

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  10. Es muy complicado leer con los ojos llorosos, así que he tenido que detenerme varias veces para secarlos y continuar. Ahora mismo diría que es lo mejor que he leído nunca, como cuando acabas de ver una película que te ha emocionado y conmovido, que te ha hecho sentir tanto y de manera tan intensa, entonces crees que acabas de ver la mejor película de tu vida, así me siento tras leer tu relato.
    También me he detenido un par de veces, una para leerle a mi mujer en voz alta varias estrofas y luego maldecir de envidia, otra para rebufar como un crío y venerar la documentación, el detalle, la descripción, la profundidad, la sensibilidad, la humanidad y el sentido de lo leído.
    He gozado como una chaval en una montaña rusa. Muchas gracias, Alejandro.
    ¡Abrazo, Compañero! ;)

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  11. Edgar, no sigas por ahí que me emocionas. Reconozco que leer palabras como las tuyas son un chute de adrenalina brutal, aunque creo que exageras un poco, ya que, como dices, te dejas llevar por el momento.
    Pero vamos, que te agradezco muchísimo que hayas dedicado tiempo a esta historia que tanto me ha costado y me ha exprimido. Espero poder estar a la altura con la siguiente historia larga (las cortas no cuentan porque no me involucro igual).

    Un gran abrazo, compañero. Te debo una (o dos) visitas.

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  12. No sé qué decir. Comento mucho casi siempre, pero en realidad no sé comentar jajaja. Sé que siempre halago, pero me creas o no, lo hago con sinceridad. En tus textos, así como en los de Jorge, Ana, Isidoro no encuentro nunca nada negativo, y si lo hiciera, me daría vergüenza indicarlo, porque tenéis muchas más calidad literaria que yo.
    Como digo, no encuentro ningún aspecto negativo en esta historia, a excepción de algunas tildes que faltan y otras que no deberían estar o la puntuación en algunos diálogos (pero esto tiene que ver con ortografía).
    Como ya te han comentado varios, trataré de no volver a comentar sobre lo que ya han dicho, ya que pienso lo mismo.
    La trama se nota que está pensada de principio a fin antes de haberte puesto a escribirla. Todo encaja a la perfección. Y toda ella sin perder tensión ni interés en ningún momento. Una estructura por capítulos bien elegida y utilizando los dioses hindúes como título, le da una seriedad al texto que el lector agradece. Así como la enorme documentación que refleja. A mí me ha sobrecogido cómo has sido capaz de retratar esa sociedad, esa cultura, ese pueblo sin haber estado allí (¿o sí has estado?). Una de las cosas que encuentro más complicadas a la hora de escribir es el contar la historia en un contexto real, por eso casi nunca lo hago, y de hecho mi relato ''El gato negro'' es el único en el que utilicé una localización de verdad. Por todo ello, hace que para mí leer este relato me parezca que merece la pena. Porque el escritor se lo ha currado todo para hacerlo lo más creíble y natural posible. Y lo consigue.
    Destacar el excelente mcguffin (es un mcguffin, ¿no? Tú sabes más de cine que yo) encarnado en Vayu y su pecera. Y cómo es utilizado al final, tras una serie de hechos, para la resolución final de la historia. Ayuda a Yamika a acabar con el comerciante y también la hace evolucionar como personaje y como persona, porque es tal la empatía que creas hacia la chica, que se nos antoja una persona real. Claro, que ya nos tienes acostumbrados a estos personajes tan creíbles.
    Por último decir que tras ese giro final en el que se quedan varados en el desierto, imaginé el destino del agua de la pecera, aunque jamás pensé que acabaría de un modo tan ''sangriento''. Me encantó.
    Un acierto ese final esperanzador pero a la vez desesperanzador.
    Un bello relato, que sin duda tú ya sabes que lo es.
    Un abrazo, Compañero.

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    1. Yo tampoco sé que decir, Ricardo. Si te soy sincero, me estoy planteando dejar todo esto por un tiempo, ya que he perdido la motivación y tengo la sensación de que las ideas ya no vienen y cuando lo hacen, simplemente no me apetece llevarlas a cabo. Eso sí, los días que recibo comentarios como el tuyo, me digo que tengo que volver a tirar para arriba, y seguir escribiendo (y leer a los que también lo hacéis, que os tengo a todos abandonados).

      Lo que me dices de las tildes, es mi gran trauma. Realmente no puedo decir que no repasara el texto, pero se ve que no sé algunas de las reglas básicas, no estoy seguro de si por falta de formación o por mi memoria de pez. Te agradecería que me indicaras dónde están los fallos para ir aprendiendo.

      Entrando en el relato, es cierto lo que comentas de la documentación. He leído bastante y me he empapado lo que he podido de la tradición y costumbres de la región. Es lo que tiene Internet, porque ir, no he ido, y veo bastante difícil que alguna vez lo haga. Pero también es parte de la magia de la literatura, ¿no crees?, el poder viajar a golpe de teclado...

      Y poco más, que últimamente no me expreso con demasiada claridad y no me quiero extender. Mil gracias por haberte acercado al cuento que más cariño tengo. Me alegro que te hayas dejado conquistar por Yamika y que hayas experimentado sensaciones que yo también sentía al escribirlo.

      Un gran abrazo, compañero. Me has animado el día.

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    2. Me ha llegado este comentario a mi correo Alejandro, y a tenor de lo que comentas quería pasar por tu blog para dejarte un mensaje. Esa sensación de perder la motivación o no encontrar nuevas ideas para escribir es algo por lo que todos los que escribimos pasamos periódicamente. Sé que en tu caso viene motivado por las últimas experiencias en TR (supongo que habrá algo más porque estas cosas nunca vienen solas), pero aunque entiendo como te sientes creo que no deberías dejar que eso te desanime. No eres mejor ni peor escritor por la actitud que tengan hacia tí terceras personas, a las que se les confiere un poder que no poseen. Quienes te seguimos desde hace tiempo sabemos de tu talento, que con toda sinceridad te digo que sin duda tienes. El hecho de escribir tiene alegrías y sinsabores como todo en la vida, pero tú sabes que hay más de lo primero que de lo segundo.
      Así que esperamos que esa sequía dure poco y que la motivación no tarde en aparecer. Tómate el tiempo que necesites, pues no se pueden forzar las ganas de escribir, pero vuelve. Tus lectores te seguimos esperando.
      Un abrazo, compañero.

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    3. Muchas gracias por tu apoyo, Jorge. Soy consciente que la tontería de TR no debería haberme desanimado, pero lo cierto es que, desde entonces, no atino con las ideas, seguramente lastrado por falta de confianza. Pasará, espero que más pronto que tarde, y volveré a leeros y a publicar alguna cosita.
      Un gran abrazo y mi más sincero aprecio por tu gesto, que aprecio enormemente.

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    4. Buenas de nuevo, Alejandro. He recordado que me pediste que te indicara los fallos... pero lo que no recuerdo ahora mismo es dónde estaban. En cualquier caso sé que muchos estaban en la puntuación de los diálogos. Puntos antes o después del guión, o donde no debería haberlos, etc., de este estilo. Pilla un libro que tengas a mano, busca diálogos y fíjate en cómo se puntúan. Así aprendí yo, jajaja.
      Por otro lado, sigue escribiendo, Compañero, aunque sea para ti; no es necesario que publiques en el blog si no te apetece, aunque los que te seguimos estaríamos agradecidos.
      Un abrazo.

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    5. La puntuación de los diálogos no la controlo, eso es cierto. Haré lo que me dices la próxima vez. Y gracias por los ánimos.
      Abrazo!

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