viernes, 18 de marzo de 2016

Colaboraciones: "KILLER ON THE ROAD" de Ángel Zurdo

Hará cosa de mes y medio publiqué en el blog un relato/canción basado en el "Riders on the storm" de los Doors. Ya entonces os conté que el germen de ello era un juego literario con mi amigo y maestro Ángel Zurdo, en el que uno proponía una canción y con ella escribíamos cada uno una historia.

"Kansas Lightning" by Shannon Diizmang (CC BY-NC-NF)
Cómo en cualquier vinilo no puede haber una cara A sin la B, hoy os dejo con la visión que él tuvo de la magnífica composición del grupo liderado por Jim Morrison.
Al final, me queda la sensación de que, siendo muy diferentes entre sí, los dos relatos se complementan extrañamente, creando un disco del que me siento muy orgulloso. Mientras mi relato hablaba del hastío de las relaciones y la obsesión con recuperar el pasado, el de mi amigo, más complejo, nos cuenta una historia muy oscura, con historias que envuelven otras, pero que también nos habla de la obsesión como desencadenante de la trama.

Sin marearos más, os dejo con esta fantástica narración de Ángel, repleta de emociones duras e intensas al ritmo de la hipnótica canción. Os pido que no juzguéis a los personajes hasta no leer el texto completo, porque lo genial de este cuento es lo que a primera vista no se adivina.

A ver si Ángel se nos decide pronto a sacarse un blog, pues os aseguro que tiene muchísimas historias diferentes e interesantes que ofrecer.

Por supuesto, leedlo escuchando la canción de los Doors, así como la de King Crimson que también aparece en el cuento:
 
Gracias de nuevo Zurdo, por compartir tus escritos a través de mi página. Es un honor.

Killer on the road de Ángel Zurdo 

Jim era un tipo normal que vivía con una familia normal en una casa normal de una ciudad normal. Sin embargo, las tardes de tormenta...
La primera vez ocurrió de casualidad. Apenas sintió el primer trueno, salió corriendo, se metió en su coche (un coche normal), giró la llave y pulsó el botón de encendido del aparato de música. El mp3 estaba programado en el modo aleatorio, de forma que no podía saber qué canción iba a sonar, pero allí estaban las primeras estrofas de una melodía amarga y premonitoria:
 
Riders on the storm  (1)
There’s a killer on the road
 
Su preferida.

Comenzó a circular sin rumbo predeterminado bajo unas primeras gotas de lluvia que pronto se transformaron en una cortina impenetrable a pesar de que el limpiaparabrisas se afanaba en moverse a toda velocidad intentando hacer mínimamente visible la carretera. Jim continuó su camino a través del gris marengo de la lluvia y las nubes. Cada vez se hacían más frecuentes los relámpagos y los truenos, más cercanos también a aquellos con cada minuto; parecían incorporarse al ritmo de la melodía. Conducía imprudentemente, incrementaba irracionalmente la velocidad y su estado de agitación iba en aumento con cada acorde natural y musical.

Finalmente fue imposible seguir el camino. Justo delante de su vehículo se encontraba detenido otro interrumpiendo su marcha y a punto estuvo de chocar con su parte trasera. Contrariado, frenó y cortó la corriente del motor. La canción estaba finalizando, pero accionó el botón de vuelta atrás y esta se reinició. Unos segundos después, una joven golpeaba la ventanilla con sus nudillos. Tenía una camisa de cuadros rojos y negros y con los tres primeros botones desabrochados dejaba a la vista un generoso y precioso escote. La lluvia le había empapado la ropa y ésta se ajustaba a su cuerpo mostrando, mejor dicho indiciando, una figura escultural. La música y la tormenta habían sumido a Jim en un estado de absoluta excitación. Abrió la puerta del lado derecho invitándola a entrar, y, en cuanto la muchacha penetró en el vehículo, se abalanzó sobre ella.
 

Cada intento de la bella joven por desprenderse del hombre, parecía corresponderse con el sonido de un trueno cada vez más potente. Él nunca había sido agresivo ni tenía antecedentes de comportamiento violento con hombres, mucho menos con mujeres, al contrario, siempre había huido de conflictos y peleas. Sin embargo, alcanzó un estado de paroxismo imposible de refrenar y, tras los primeros mordiscos, vinieron los primeros golpes, para luego, en mitad de la brutal paliza, penetrarla. No se dio cuenta del momento en que la chica dejó de ofrecer resistencia hasta que, una vez alcanzado el rápido orgasmo, se incorporó para comprobar que el cuerpo ensangrentado se hallaba inerte.
 

La lluvia amainaba, los truenos se alejaban y las notas de la canción cesaban. Jim salió del coche arreglándose el pelo y la ropa y limpiándose con un pañuelo la sangre de la cara y los nudillos. Se quedó contemplando el horizonte cubierto de las nubes grises recién pasadas. Un rayo cruzó entre dos de ellas al tiempo que un estertor atravesaba su espalda.  Volvió al coche, abrió la puerta del copiloto y empujó por ella el cadáver que cayó escurriéndose por la abertura como una marioneta sin cuerda. Cerró nuevamente y reemprendió el camino a casa. 

La canción se convirtió en su obsesión. La escuchaba a todas horas, en el coche la tenía en el modo “repeat one” y siempre estaba sonando. Y las tormentas se repetían como en una serie.
Como las chicas… 

…/… 

Esto me está dando miedo, había escrito Lalo al final de la página. 

…/… 

Aquella tarde fue tranquila. Parecía que por fin las tormentas habían cesado. A Jimmy no le apetecía ver la tele y tras contar el cuento de cada noche a su pequeña, se acostó pronto. Se puso unos auriculares y permaneció un buen rato escuchando la radio en la cama. Finalmente se quedó dormido con el pequeño artilugio encendido y ni siquiera se percató de cuando su esposa se fue a la cama. Sobre la una de la madrugada una música extraña le despertó, no llegó a escuchar el título,  la oscuridad era absoluta, un violín triste acompañaba una sombría voz:

Sundown dazzling day
Gold through my eyes
But my eyes turned within only see
Starless and Bible black
Old friend charity
Cruel twisted smile
And the smile signals emptiness for me
Starless and bible black
Ice blue silver sky
Fades into grey
To a grey hope that, oh, years to be
Starless and Bible black
 
Estaba completamente empapado en sudor. Una guitarra arrastrada y lúgubre, casi tétrica, como una noche sin estrellas (2) fue la continuación. La melodía fue evolucionando hasta convertirse en oscura y agobiante. La humedad inundaba el ambiente de la habitación y él se ahogaba en medio de su sudor. Se arrancó el auricular izquierdo tratando de captar un sonido que le rescatara de su angustia. A su lado, como queriendo rebanarle el cuello, aullaba una moto sierra, su mujer roncaba como nunca la había escuchado hacerlo antes. Con un pequeño golpe con el codo trató de interrumpir su desagradable emisión sonora, pero no logró mitigarla ni siquiera mínimamente. Un relámpago y un enorme trueno se sucedieron provocándole un gran sobresalto. Zarandeó con violencia a Donna tratando de interrumpir la insoportable balada, mas no había manera, parecía sumida en un estado cataléptico. Comenzó a golpearla, logrando al fin despertarla, provocando una reacción defensiva que no hizo sino incrementar la furia del hombre. En su oído derecho la música había cambiado, los jinetes asesinos cabalgaban a través de su cerebro. Los golpes se hicieron más fuertes, los truenos, cada vez más continuos y violentos. Jim sudaba y jadeaba enloquecido cuando un relámpago iluminó una diminuta figura junto a la puerta. Donna ya no roncaba, ni siquiera parecía respirar. Lizzy le miraba horrorizada 

— Daddy? — preguntó 

Jimmy trató de alcanzarla, pero ella corría y gritaba.
Por fin alcanzó a la niña que, asustada, no paraba de gritar. No quería hacerle daño, pero tenía que hacerla callar. Intentó tranquilizarla y silenciar su histérico griterío tapándole la boca. El muñeco, un simpático y manoseado Bart que Lizzy sostenía entre sus brazos cayó al suelo y la criatura quedó inmóvil. 

Aquello no podía ser realidad, debía ser una horrible pesadilla. Y sin embargo, como un fatal testigo de veracidad, podía sentir entre sus brazos el calor del cuerpo inerte de su querida niña. Y el sabor metálico de la sangre en su boca, la sangre de Donna... 

…/… 

De nuevo se barruntaba tormenta. Lola se acababa de acostar y Lalo subió a su coche dispuesto a alejarse de la casa. Todo podría haber sido diferente si al introducir la llave y girarla hacia la derecha para arrancar el motor, el encendido hubiera sido acompañado por las alegres voces de The Proclaimers:

When I wake up yea I know I’m gonna be
I’ gonna be…
 
Habría corrido acompañado con esa alegría contagiosa durante, por lo menos 500 millas (3) y se habría detenido finalmente reconfortado. 

No fue así. Hacía más de dos años y medio que había perdido el trabajo y en casa ya no había más ingreso que el salario mínimo que obtenía Lola como camarera en un bar de un amigo del barrio. Claro, bajo esa precariedad, la reparación del aparato de música del auto, no podía ser ni mucho menos un gasto prioritario, ni siquiera razonable. Y allí estaba ese disco atascado, siempre entonando la misma canción, una canción que siempre le había gustado, pero que ahora se había convertido en una obsesión.

Riders on the storm
There’s a killer on the road 

No era posible continuar así. Recorrió un largo túnel que atravesaba buena parte de la periferia de la ciudad y tomó la salida hacia la Casa de Campo. Sin percatarse, atravesó el Puente de Segovia y ascendió por el Paseo de Extremadura. Cuando llegó al aparcamiento situado junto al Lago empezaban a caer los primeros goterones calientes. Pasó junto a un par de vehículos agitados por una intensa actividad interior. Lalo apenas reparó en ellos. Sí tuvo que esquivar a un grupo de tres chicas jóvenes que corrían a refugiarse de la lluvia en otro auto cercano. Al pasar por delante de la luz de los faros del suyo pudo observar su piel oscura así como la ropa excesivamente reducida y ajustada. Las dejó pasar y se dirigió al  fondo de la explanada. Desde allí, acompañado por los truenos de la canción, podía ver la lluvia caer entre los brillos de los sucesivos rayos. Sacó unos papeles escritos del bolsillo interior de la americana y anotó algo en uno de ellos. Al hacerlo se apoyó sobre el volante, provocando un breve sonido de claxon que nadie escuchó. Seguidamente los depositó sobre el salpicadero y extrajo del bolsillo derecho de su chaqueta un objeto metálico. Se detuvo para sentir su peso entre las manos al tiempo que respiraba con fuerza y de forma reiterada. El corazón le latía violentamente al ritmo de una lluvia que había alcanzado su frecuencia máxima y que golpeaba frenéticamente el parabrisas. Dos o tres nuevas respiraciones más rápidas e intensas a modo de bufido y se acercó el cañón al cielo del paladar. 

Nadie pareció apreciar el pequeño resplandor que se produjo en el interior del coche y el ruido de la detonación quedó amortiguado por el sonido de la lluvia y disimulado por un nuevo trueno. 

La tormenta cesó casi de repente y las mujeres volvieron a su puesto de trabajo sin reparar en el vehículo situado al otro extremo del recinto.

…/… 

Lola sostenía entre sus manos unas hojas de papel medio arrugado y cubierto de salpicaduras de sangre. Había leído el cuento más de cien veces desde que Lalo decidió escribir el fin. Se había convertido en su obsesión al igual que lo fuera para él. El cuento y la nota final que le había dejado. 

No puedo seguir adelante –leyó en voz alta-, siento que si lo hago, este cuento, esta obsesión mía, se va a convertir en un peligro para ti y nuestra querida hija ¡Tantas veces he oído en las noticias que alguien se había suicidado después de matar a su familia! Siempre he pensado que ojalá alguien, seguramente el propio homicida, hubiera alterado el orden de los factores. Se habría ganado mucho. Ahora yo no puedo continuar con mi obcecación y poner en peligro vuestras vidas, así que he decidido terminar con esta perturbación antes de que ocurra algo irreparable.
No te sientas mal, tú no tienes culpa de nada, es mi cabeza la que no funciona como debiera. Cuando crezca, dile a la nena que yo me fui porque os quiero mucho. 

Hasta aquí todo el escrito era perfectamente legible, sin duda había sido escrito de forma pausada y premeditada, pero unas letras temblorosas y apenas inteligibles terminaban la carta:
                                   Lalo 


Las lágrimas resbalaban por sus mejillas mientras Lola mantenía la mirada perdida y el relato entre sus dedos.  Miró su muñeca y se incorporó limpiándose los ojos con la manga de la camiseta. Guardó los folios ensangrentados en un portafolios de plástico y metió todo en el cajón de la mesilla de su cama. Se puso los zapatos y, con el manoseado muñeco de color amarillo, el travieso Bart, guardado en una bolsa junto a la merienda, se encaminó a la guardería para recoger a la pequeña Celia con una casi imperceptible sonrisa en su rostro.


 
(1)  Riders on the storm es una canción de The Doors
(2) King Crimson cantan Starless
(3) The Proclaimers interpretan Five hundred miles.

8 comentarios:

  1. Me gusta mucho como escribe tu amigo, Alejandro. He leído el relato escuchando las canciones que parecían ir anunciando la tensión de cada historia mientras me parecía oír los truenos de la tormenta. Son muy buenas las frases, cortas e incisivas. Y la idea de la canción como motivo que pone en marcha las emociones. Muy bueno. Felicítalo de mi parte y para ti un abrazo muy fuerte

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    1. Gracias Ana. Me alegro que te haya gustado. Si algo es Ángel, es versátil, así que espero poder seguir enseñándoos algún que otro trabajo suyo.
      Un abrazo.

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  2. Se nota el saber hacer. Ángel nos lleva de la mano por su relato con maestría, con frases ligeras que nos permiten leer con rapidez, siguiendo a la perfección el ritmo de la música, alternando párrafos cortos con otros más largos donde casi nos quedamos sin aliento siguiendo la acción. Cómo tú dices, se trata de un relato complejo, con la historia que se escribe dentro de la que se vive, ambas girando alrededor de la obsesión del protagonista, que proyecta una en la otra a partir de la canción del auto radio y, como colofón, ese inquietante final que nos hace pensar que quizás las cosas no son como parecen. Gran relato y muy buena la combinación con la música. Mis felicitaciones a tu amigo Ángel, a qué espera para abrir su blog?
    Un abrazo Alejandro

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    1. Pues eso le digo yo, Isidoro. Pero Ángel es más humilde que yo y no le gusta tanto la atención (además que lo de llevar un blog es un poco una pesadez). Me alegra que lo hayas disfrutado y hayas podido sacarle el jugo que sin duda tiene el relato.
      Gracias mil, Isidoro.

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  3. Ale, no soy maestro de nada, mucho menos en esto de escribir, intento aprender, entre otros de ti, de hecho este cuento está inspirado en algo tuyo, en El Pasajero, no en los hechos, sino en la inmersión del escritor en su propio relato. Me alegra que hayas publicado esta otra cara del Riders on the Storm, se complementan, creo yo. Ana, Isidoro, querida Eugenia (de ti también intento aprender) os agradezco vuestras palabras, me encanta que os haya gustado. Gracias a todos

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    1. Gracias a ti, Ángel. Uno no es maestro por lo que dice o hace, ni por su talento o la falta de el (que tú lo tienes, no obstante). Siempre he pensado que un maestro tiene que ser alguien que inspire, que motive. Bien sabes que en eso has sido clave para que yo esté a día de hoy enfrascado en este mundillo. Has sido el entrenador que, en el descanso, ha cogido al jugador que iba renqueando por el campo y le ha dicho la frase justa para que esté vuelva enchufado al campo, creyendo, pobre ingenuo, que la fuerza la había encontrado por si mismo.
      Así que, gracias de nuevo maestro.

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