Sin querer separarme de ese tema, y aunque suene a topicazo, es cierto que la vida te coje muchas curvas cerradas que te llevan a caminos que nunca imaginarías. Así he acabado yo siendo funcionario en la Agencia Tributaria y conociendo a un tipo como Ángel Zurdo, un chaval en el cuerpo de un adulto, de pies veloces e imaginación que rompe las paredes. Y eso que empezó siendo mi jefe y como que imponía. Tal dominio de las nóminas y la productividad (creedme, es un mundo), me hacían verlo como una especie de John Nash de las retribuciones administrativas. Lo que no podía esperar es que detrás del profesional se escondiera alguien con quien compartía muchas formas de ver las cosas y que se convertiría en el acicate que yo necesitaba para sentarme de nuevo a escribir. Además, a parte de los relatos personales que hemos escrito cada uno, hemos abordado más de un proyecto literario juntos, y disfrutado de alguna que otra "broma", como el divertido cuento que os traigo hoy en el que se ha inspirado en una foto del facebook en que mi pareja y yo, en medio de una boda, habíamos perdido ya el sentído del ridículo...
Así que nada, que quien tiene un amigo tiene un tesoro. Yo tengo unos cuantos rubíes y otros tantos diamantes. Este cabroncete es uno de ellos.
Disfrutad con la vida que nos ha inventado.
La Felicidad, la foto, el Culebras, el convertible…

A Raquel y Alejandro.
Vaquero en “El
Hormiguero”: “la felicidad es levantarse a hacer un pis a mitad de la noche,
mirar el despertador y comprobar que aún te quedan cuatro horas ¡Sí
Señor! ¡Qué felicidad!”
— Bueno, no está mal, es una apreciable dosis. La felicidad hay que tomarla poco a poco, no sea que se transforme en tóxica.
El tiempo transcurre.
Mis pestañas siguen enlazadas tratando de invocar nuevamente al sueño, pero
éste se ha ido de Jarana, que es un pueblo de Cádiz, y no hay forma. No sé por
qué, me acuerdo ahora del “Loco” y sus tonterías:
— Hostia, Juanón,
cómo mola ese jersey.
— ¿Te gusta? Es de
cachimil.
— Será de cachemir.
— No, de cachi mil
pesetas.
Qué bobo, lo que nos
reíamos con él. Cuántos años hará que no tengo noticias suyas ¡Uf! Muchísimos.
Juanón se quedó con Peter y los niños perdidos y jamás volví a verle. Algún día
tendría que regresar al país de Nunca Jamás.
Ya estoy harto de dar
vueltas. No hay manera de conciliar el sueño. Voy a echar un vistazo al
Caralibro, busco entre mis contactos y allí está el final definitivo de la
felicidad. Dicen que una imagen vale por mil palabras y esto está lleno de
ellas.
— ¡Coño qué foto!
Esta foto es por lo menos de cachimil, de cachi mil palabras. Voy a ver si por
lo menos encuentro quinientas…
Adiós a dormir.
La Fotografía
Hoy es un día muy
importante, se casa mi amigo “El Culebras”. Se me hace raro, Guille, mi
compañero del “Comando Willy”, ese con el que conseguimos la felicidad más
absoluta cuando logramos que la Señorita Celia saliese desnuda al balcón
de su casa, ese mismo Guille, ahora, casado. Y además metido a diplomático y
contrayendo matrimonio con otra diplomática. No me lo puedo imaginar. Sí el era
más de explosiones que de negociaciones. Me imagino una discusión en su nueva
casa. Seguro que ni siquiera se dan una voz, se retiran a sus aposentos y
envían un emisario con una carta pidiendo explicaciones. Ja, ja, ya se lo
preguntaré.
En mi casa las cosas
también son “diferentes”. Yo ya sospechaba algo, desde el principio me sentí
extraño en su presencia, como hechizado, pero no lo supe con certeza hasta que,
después de la boda, ella me lo confirmó:
— Mi amor, yo no soy
como las demás.
— Ya lo sé cariño,
por eso te elegí.
— Ja, ja, ja, que me
elegiste, qué gracioso eres, si tú supieras… Verás, yo soy… tengo poderes.
— Ya te digo, menudos
poderes. Ahora mismo estoy viendo dos que…
— ¡Shh! ¡Las manos
quietas! No, en serio, tengo ciertas habilidades, soy un poco maga.
…/…
Desde entonces no he
necesitado nunca un representante que intervenga en nuestras disputas, todas
empiezan y acaban igual, siempre tengo la solución:
— Lo que tú digas,
cariño.
Alguna vez (en broma,
pero con un poco de mala uva) la llamo bruja. Ella se ríe y me dice:
— Tú ten cuidado, a
ver si te voy a convertir en rana.
Me río con un poco de
nerviosismo y ya.
Ustedes se
preguntarán cómo puedo vivir así, con la espada de Damocles rondando sobre mi
pobre cabeza del batracio, pero la pregunta realmente es la contraria, cómo
podría vivir de otra manera. Es tan alegre, tan risueña que cada vez que abre
la boca, es como si abriese una ventana y una risa marina inundase la
habitación y mi vida.

— ¿Pero tú estás
loco, muchacho? Es que no te das cuenta de que no vas a ver a tu amigo, que es
una reunión de alto copete y así vas a hacer el ridículo. Ya mismo te estás
quitando esa camiseta… y los vaqueros. Bueno, mejor, ven aquí.
Me planto delante de
ella. Ni siquiera hago intención de rechistar. Ya sé lo que va a pasar,
presiento lo que va a hacer:
— ¡Bíbidi bábidi bu! —dice
al tiempo que agita la mano como si sostuviese una varita.
Y ahí estoy yo, de
pie, con cara de bobo, con un pantalón negro de esos de pinzas que tanto odio,
con la camisa blanca rematada por una corbata roja y una chaqueta a juego con
el pantalón.
— Y ese pelo a lo
afro tampoco me gusta. Mira que te dije que fueras a la peluquería.
La verdad es que
tengo el pelo ya bastante largo y con mis rizos, parezco un “pelocho”, tendría
que haberla hecho caso, pero ya no tiene remedio… o eso creía yo.
— ¡Bíbidi bábidi bu!
–vuelve a la carga.
Ahora sí que la hemos
liado. Me ha dejado una melena lacia de color azul fluorescente que “me
encanta”.
— ¿Ves? Ahora estás
mucho mejor. Y tienes hasta una lengua roja en el pecho.
— Si cariño —es lo
único que me atrevo a decir.
La verdad es que es
un poco jodido tener que tragarse sapos como este, pero también es cómodo, me
ha evitado la lata de ir de compras, de pasar por la peluquería… no voy como yo
querría, pero barato, me ha salido. Y rápido. Como ella, que en un pis pas está
lista. Y bien guapa, que me la comería ahora mismo si no fuera porque tenemos
que irnos ya, lo cual a mí me da lo mismo, pero me temo que a ella no, así que
esta vez ni siquiera va a hacer falta el “si cariño, lo que tú digas, mi amor”.
El trayecto hasta el
local donde se celebra la ceremonia nupcial es lento, la circulación es muy
densa y tenemos numerosos parones. Ustedes dirán, qué problema tienes, bíbidi
bábidi bu, pero no hay que abusar. Esas cosas en la intimidad están muy bien y
son muy cómodas, pero en público hay que tener mucho cuidado, ya saben la
tirria ancestral que se ha tenido a determinados fenómenos, así que nada,
paciencia, mejor no provocar incendios. La cosa empeora llegado el momento de
aparcar. Existe una gran explanada a los efectos, pero este evento es tan
grande, el número de invitados (ya saben, cosas del boato de los dignatarios, no
se puede quedar mal), todo el mundo con coche, nosotros que llegamos tarde…
venga a dar vueltas, pero imposible aparcar. Ya estoy por decirle a Raquel que
vaya ella y yo me quedo en el coche (con tal de quitarme la corbata no sé qué
hacer), cuando...
— Vamos, sal del
coche, rápido, ahora que no hay nadie — me apremia.
—Pero qué vas a
hacer, ten cuidado, estás loca, a ver si te van a ver — trato de oponerme.
—Calla y coge la
chaqueta.
(sí cariño)
Mira a un lado y a
otro y...
— ¡Bíbidi bábidi bu!
Y de repente el coche
se ha convertido en una piedra rectangular, una especie de marmolillo de unos
quince centímetros de dimensión mayor y algo más de medio kilogramo de peso. La
cojo entre mis manos y me quedo mirando pensando qué hacer ahora con mi convertible
y decido que, para que no se caliente demasiado al sol, lo mejor es que la deje
ahí a un lado, a la sombra de una chaparra. Nos marchamos rápidamente por el
miedo a perdernos parte del evento.
En esos pensamientos
ando, cuando me da por echar un vistazo atrás y veo a un hombre que se agacha y
coge algo de debajo de la encina. No sé por qué, pero enseguida me hago la
composición de lugar:
Se trata de un amigo
de lo ajeno y acaba de coger mi coche para reventarle la luna a alguno de los
vehículos de lujo que hay en todo el enorme solar. Me giro y mientras le grito,
comienzo una alocada carrera. De nada me sirve, cuando llego allí, la ventanilla
trasera derecha está rota y el hombre está introduciéndose en el vehículo con
rapidez, en medio de los asientos de atrás, mi convertible, partido en dos. Me
entra una rabia que me nubla el pensamiento y sin saber cómo (nunca he sido
activo en esto de las peleas, antes bien, siempre he tenido que tratar de
evitar cobrar en ellas), le agarro del pescuezo y le saco del auto para
terminar poniéndole la cara pegada al capó. Raquel ha venido detrás de mí y,
como yo, tampoco sale de su asombro.
— ¿Qué haces? –me
pregunta extrañada.
— ¿No lo ves? Este
hijoputa nos acaba de joder el coche. Llama a la policía –le urjo.
Con el jaleo se han
alertado los de seguridad del local y vienen a comprobar que está ocurriendo.
Se hacen cargo de la situación y retienen al individuo hasta la llegada de la
policía. Nosotros nos alejamos con la cabeza gacha. Yo voy rumiando mis
pensamientos:
«El coche está
partido por la mitad, aunque ahora pudiésemos volver a hacer magia, quedaría
roto e irrecuperable; además ahora es una prueba de un delito, no puedo
escamotearla…»
Poco a poco me voy
cabreando más y más. A Raquel en cambio le ha hecho gracia y va riéndose a
carcajadas. Parece que se imagina el espectáculo, qué pasaría si cuando todos
estuvieran alrededor del coche, ella desde la lejanía hiciese aquello de…
¡Bíbidi bábidi bu!
El coche partido en
dos y clavado sobre un espléndido Jaguar. La verdad es que si no estuviera tan
cabreado, también me haría gracia. Accedemos al local y justo en ese momento,
aparece el fotógrafo.
…/…
Ya está, éste es otro
trocito de felicidad que me acabo de regalar. Al final, la foto se ha
convertido en 1445 vocablos. Y sin embargo, estarán conmigo, una imagen
vale más que mil (cuatrocientas cuarenta y cinco) palabras.
Son ya las 6:15, apenas unos minutos más para intentar dormir un poco antes de que Roxanne se ponga en marcha. Y yo tengo más sueño ahora que cuando me acosté. Está visto que la felicidad nunca puede ser completa… ni eterna.
Si, Alejandro eres afortunado. Tienes un amigo que te quiere un montón. Me parece un cuento muy divertido y lleno de cariño. ¡Feliz año!
ResponderEliminarFeliz Año, Eugenia. Tienes razón en lo de que soy afortunado. Lo malo es que ahora toca echar de menos al madrileño...
EliminarUn gran abrazo, amiga.
Suscribo lo del cuento lleno de cariño. Se nota que Ángel y tu tenéis una amistad muy bonita, que además no deja de generar ideas y nuevas experiencias literarias.!Enhorabuena a los dos!
ResponderEliminarGracias Rafa. Un abrazo, colega.
EliminarEsto sí que es un regalo de Reyes. Me ha gustado mucho y no sabes cómo me ha reído con tu pareja brujita. Os felicito y os mando un abrazo
ResponderEliminarGracias Ana. Es que tener de jefe durante cinco años a un amigo como Ángel es un lujo, y mientras hemos compartido oficina, me ha servido de gurú y mentor para que no dejase de escribir. De hecho, ha sido irme de Madrid y dejar de trabajar con él y perder un poco las ganas de escribir. Espero, eso sí, recuperalas pronto.
EliminarUn cariñoso abrazo, compañera.
¡Menuda pandilla! La verdad es que éstos son los mejores regalos. Muy divertido el relato de tu amigo y con una imaginación desbordante de la que hace gala. Gente así es un gran motor para escribir, cierto es, pero espero que tú también estés engrasando el tuyo y lo veamos rugir en breve. El ánimo de los que por aquí andamos ya lo tienes
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Gracias Isidoro. Tengo que encontrar de nuevo el tiempo para escribir pero también para leeros.
EliminarVenga Ale, deja la morriña madrileña y ponte las pilas, te recuerdo la propuesta de Rapunzhel, nos afecta a ambos entre otros. Lo que no cuentas es que eres un tipo de esos a los que Machado llamaba "buenos". Te mereces todo lo bueno que te pase. Gracias por traerme aquí. Ángel
EliminarEstoy en ello. Lo que pasa es que me pilla terminando otra cosilla. Pero me pongo pronto con lo de Rapunzhel.
EliminarDe lo de Machado, te agradezco el elogio. A mi me gustaría ser de los malotes, eso ya lo sabes, pero soy tan blando que no me sale.
Y, por supuesto, un placer y un privilegio traerte aquí. Un abrazo, "boss".
Me ha encantado la descripción que haces de tu amigo y jefe, es fantástico tener a alguien que te anime a escribir y contar estas historias tan divertidas.
ResponderEliminarUn saludo
Gracias Conxita. Esta historia fue un regalo de Ángel, que como puedes adivinar tras sus letras es un tipo al que no le falta humor y un punto de locura. Y, tienes razón, es un lujo poder haber tenido un jefe así.
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