viernes, 24 de julio de 2015

Relatos: BOYS DON'T CRY

Ya he contado muchas veces que mi gran influencia a la hora de escribir la componen la música y el
"Touchdown catch" by Clappstar (CC BY-NC-ND)
cine. Pues bien, esta historia aúna estas dos vertientes más que ningún otro relato. La idea me sobrevino viendo la (genial) serie "Friday Night Lights", una más que certera crónica de un grupo de chavales y sus vivencias, con el fútbol americano como telón de fondo. Y de escenario, un pueblo de Dallas, uno de esos en el que todo el mundo se conoce y todos tienen una opinión para cada mínima cosa. Y es que siempre me ha llamado poderosamente la atención el contraste que existe en esas regiones de Norteamérica. Jóvenes que, como todos, tienen ansias de libertad y ganas de romper con lo establecido, pero que están anclados en un lugar que los juzga a cada paso, tratando de convertirlos en clichés, persiguiendo que el tiempo sea inapreciable, que los hijos sean un clon de sus padres.
Con esa imagen en la cabeza, empecé la historia de Riley, y me puse a escuchar música para que las palabras fluyeran un poco (eso sí, el proceso fue leeento). Pero a diferencia de otros relatos, en esta historia, las canciones iban saltando de una a otra como en un reproductor en modo aleatorio, por lo que al final eran muchas melodías las que asociaba al relato, cada una a un momento en el periplo del protagonista.
Así, en esta historia plagada de música, el reproductor de Riley irá saltando entre las siguientes canciones:

“Boys don’t cry” de The Cure;
“You can’t always get what you want” de The Rolling Stones;
“Mr. Brightside” de The Killers; 
 “Jealous Guy” de Roxy Music; 
“Comfortably Numb” de Pink Floyd";
“We Never Change” de Coldplay;

Y son estas melodías las que van marcando el ritmo de su relato.
Espero que lo disfrutéis.


Boys don't cry

“El día que se apagaron las estrellas”. Así lo llamaron.

Y es que, aquella noche, ninguna de las figuras del instituto Wheatley consiguió concretar jugada alguna. Las esperanzas por renovar el título regional se consumieron en un instante, como si fueran la llama de una vela en medio de un huracán.

La tarde había comenzado con la alegría que se suponía tenían los días destinados a hacer historia. Todo el pueblo había acudido al estadio lleno de ilusión y la grada se llenaba poco a poco de risas nerviosas y vítores embravecidos. El himno escolar, con cientos de voces cantando al unísono, pareció por momentos un clamor guerrero que llamaba a la batalla. Todos tenían ganas de que el partido comenzase, ansiosos por ver a su equipo volar de nuevo hacia la gloria.
Sólo un par de horas más tarde, la marea de gente se marcharía a sus casas con los ojos clavados en el suelo, en una mezcla de decepción y tristeza. Unos pocos con las pupilas enrojecidas, propias de los niños enrabietados, otros, simplemente, maldiciendo entre dientes a la diosa fortuna.

Aunque aquello no fue lo que destrozó a Riley Finson.

A él poco le importaba que los chicos del equipo no hubieran sido capaces de hacer un pase en condiciones o anotar algún ‘touchdown’. Era la mascota del equipo pero nunca seguía el partido. No le interesaba lo más mínimo el football. Él estaba allí para ver a Brad.



“You can’t always get what you want”


Brad Munroe, el quarterback más rápido de la temporada regular, “la promesa del estado de Arkansas”, como solían llamarle en la radio local. Pero, para Riley, tan sólo era el moreno risueño que se sentaba en la parte de atrás de clase, siempre con pinta de estar a punto de hacer una trastada. Por supuesto, la idea de convertirle en un pelele vestido de fieltro había sido suya.

Al principio, a Riley no le había hecho ninguna gracia. Ya tenía bastante siendo el tipo delgaducho de clase, el de labios grandes y piel demasiado blanca para pasar desapercibido. Estaba seguro que ir a los partidos con un traje de muñeco le haría blanco de las burlas de medio instituto. Sin embargo, Brad únicamente había necesitado poner su seductora sonrisa sobre la mesa para que cediera a sus peticiones y se presentara a las pruebas. Y es que Riley nunca conseguía negarle nada. La sola idea de sentir los labios del su amigo sobre los suyos, le hacía temblar hasta el último de sus rubios cabellos y anulaba cualquier atisbo de dignidad que le quedaba.
Además, para terminar de alentarle, Brad le había colmado de promesas ilusionantes. Decía que entrar a formar parte del equipo les haría poder verse fuera del horario de clase sin tener que recurrir al ya habitual encuentro a escondidas en el sótano de Riley. El moreno, incluso le había asegurado que, en el gimnasio, tendrían más de un momento a solas, aprovechando que los otros chicos solían salir a toda prisa del entrenamiento en busca de su dosis de carne grasienta en el Tony’s.

Meses después de su incorporación oficial como ‘mascota’, aquellos encuentros ni se habían producido ni parecía que fueran a hacerlo. Podía notar como su amigo le evitaba, a fin de que nadie sospechase nada. Y, poco a poco, iba llegando a la conclusión de que rodeado del resto del equipo, unos niñatos que hablaban continuamente de tetas y alardeaban de supuestas conquistas, Brad se iría encerrando más y más bajo esa careta que tanto le gustaba exhibir ante el resto del instituto.

Pero aún más rabia le daba que, al final del día, el que acababa literalmente tras una máscara era él. Aquella noche, embutido en su disfraz de rana, había estado animando a los suyos durante todo el juego, incluso cuando el público ya no lo hacía. Al acabar el partido se encontraba agotado y sudoroso, atrapado como estaba en aquella infernal escafandra de peluche. No sin dificultad, consiguió sacarse la cabeza del anfibio y con rabia la tiró al suelo. Siempre acababa harto de la amorfa cabeza verde. Con los ojos divergentes y la boca torcida, a Riley no le extrañaba que en el instituto se refirieran a su mascota como “el moco borracho”. Por suerte para él, el resto de los chicos ya le habían tomado cierto aprecio, por lo que la manera que tenían de dirigirse a su persona mejoraba de manera ostensible al mote oficial. Ellos simplemente le llamaban “Rana”, y Riley tenía la certeza que ninguno de ellos tenía la menor idea de cuál era realmente su nombre. Pero eso no le importaba en absoluto, él no estaba en el equipo para hacer amigos.

Con la cabeza por fin liberada, levantó la vista y observó el estadio. Las luces estaban a media potencia y la tribuna se veía desierta, dando la apariencia de que el tiempo se hubiese parado en aquel lugar. A Riley le gustaba cuando ya no quedaba nadie, tan sólo el silencio, sin miradas que le juzgasen ni cuchicheos a media voz. La luz de los focos lo convertía en el protagonista de un improvisado escenario en el que no sentía la necesidad de esconderse. Y por ello, cada tarde de partido, se quedaba el último para disfrutar de tan grandioso decorado.



“Mr. Brightside”


Había sido Brad, al final de la temporada anterior, el que le había descubierto la belleza que escondían unas gradas vacías bajo un cielo estrellado. Habían vencido en las semifinales al instituto Bigelow y su amigo estaba eufórico. Cuando todos se hubieron marchado, el quarterback le agarró del brazo y lo llevó hasta la mitad del campo. Durante un rato se quedaron en silencio, mirando el brillante firmamento, dejando que el leve soplido del viento primaveral les refrescara el rostro. De repente, Brad empezó a gritar de puro entusiasmo. Riley tuvo entonces que hacer verdaderos esfuerzos para no echarse a reír. Su amigo, grande y musculado, había empezado a dar saltos y a correr con los puños en alto cual niña de colegio.

— ¡Y de nuevo Munroe da el pase de la victoria! —Se jaleaba Brad — ¡Menudo brazo tiene ese chico!

— ¡Y menudo ego! —reía Riley. Colocándose las manos a modo de altavoz, gritó con voz grave. — ¡No se había visto nada igual en el lado oeste del Misisipi!

—Se equivoca, Sr. Finson....

Brad puso el gesto serio y, durante un instante, Riley pensó que había estropeado el momento. Pero el ceño fruncido de su amigo, pronto se tornó en una sonora carcajada.

—... ¡No se había visto nada igual en todo el jodido país!

Ya era casi verano y el cantar de los grillos llenaba el aire. Esa noche, los dos chicos acabarían corriendo de yarda a yarda, anotando decenas de touchdown invisibles, borrachos de cerveza y de gloria.

Casi un año después, Riley recordaba aquel día como si acabase de suceder. Y no podía evitar sonreír con amargura cada vez que se descubría esperando que Brad apareciese, casi como por arte de magia, gritando y bailando de detrás de alguna de las gradas.
Pero hacía muchos partidos que Brad había cambiado el ritual que compartían, por las cervezas y las hamburguesas del Tony’s. Y, aunque su ausencia dolía al principio, el rubio se había acabado acostumbrando. Al menos seguían encontrándose en el sótano, y no perdía la esperanza de que cuando fueran a la universidad las cosas cambiaran. Por el momento, estar a solas en el campo le ayudaba a relajarse y a poner en orden sus ideas. Además, estaba seguro que en un tarde como ésta, sería uno de los pocos que no se sintieran hecho una mierda tras la derrota del equipo. Y eso, de alguna manera, le hacía sentir en paz.

Quedaba poco para que apagasen las luces, por lo que Riley pensó que era momento de volver a casa. Se sentó en sobre la hierba y tras un par de tirones consiguió quitarse el traje entero. Lo agarró entre los brazos como pudo y lo llevó hacia uno de los laterales, justo donde estaba el banquillo del equipo local. Por suerte, allí tenía una taquilla rota donde nadie guardaba nada, no fuera a ser que a alguien le diese por robar lo que hubiese dentro. Pero él estaba seguro que no habría nadie en todo el condado que quisiese birlar al “moco borracho”, por lo que solía dejar el disfraz y así no tenía que cargarlo todo el camino de vuelta.

De camino a la verja donde estaba la salida le pareció oír una risa lejana. Al principio creyó habérselo imaginado. No era normal que a esa hora aún quedase alguien en las instalaciones más allá del conserje, un tipo barrigudo y con el rostro encogido en una eterna expresión de descontento. Y estaba claro que aquel hombre sería incapaz de emitir un sonido que denostase una pizca de alegría. Convencido de que se trataba de una confusión, continuó su camino. Pero, cuando estaba a punto de abandonar el terreno de juego, volvió a escucharlo. Se trataba de un sonido agudo, como un gritito, seguido de una risa nerviosa, la cual Riley hubiese jurado que pertenecía a una chica. Le pareció que provenía de debajo de las gradas del fondo norte. Y no hacía falta ser un lince para imaginarse lo que estaba pasando allí.

Durante un instante se olvidó de aquel sonido y retomó los pasos en dirección a la salida. Pero, al momento, un pensamiento, fugaz como el rayo y profundo como un pozo, se cruzó travieso por su mente. ¿Quiénes podrían ser los furtivos amantes? ¿Qué podría llevarles a esconderse en aquel lugar?  Darse el lote bajo las mohínas tribunas de madera parecía más típico de las películas que de la realidad, y, hasta donde Riley sabía, no había deporte más popular en el ‘Wheatley’ que los morreos a la vista de todos. Mientras más gente, más disfrutaba la excitada pareja. Basándose en que aquello era de lo más habitual, esos dos tenían que tener algo que esconder para haber elegido un sitio tan apartado.
Incendiado con una curiosidad que no podía apagar, decidió acercarse con cuidado a la zona de dónde provenía la risa. Si mantenía las distancias no tendrían por que notar su presencia.

Como cabía esperar, apoyados contra las vigas de madera, una pareja se comía a besos. Desde donde se encontraba, Riley no alcanzaba a ver quienes eran los fogosos tortolitos. Únicamente divisaba la chaqueta roja del chico y el vestido del mismo color de ella. «Uno del equipo con una animadora, justo cuando creía que no podía ser más tópico», pensó para sí mismo.
Lo cierto es que se moría por saber de quién se trataba. Por el tamaño y el color del pelo, elucubró que el chico podía ser Phil, o incluso Angus, el eterno suplente que siempre le miraba con cara de pocos amigos. Cavilar acerca de la identidad de la chica era aún más complicado, ya que su rostro lo tapaba la cabeza del muchacho, la cual se movía rítmicamente desde la oreja de ella hasta su cuello. Mientras, con la mano grande y nervosa, no dejaba de masajear el pequeño pecho izquierdo de la animadora. Riley sonrió nervioso. Siempre le habían incomodado las muestras de afecto en público, especialmente si eran tan efusivas. Y aquellos dos, con la intensidad que llevaban, amenazaban con llegar más lejos de lo que estaba dispuesto a ver. Estaba claro de que era hora de marcharse.
"Black Helmet" by Tiago (CC BY)


Sin embargo, justo cuando iba a girarse y darse por vencido, el chico apartó un momento sus labios de los de ella y Riley alcanzó a ver, al fin, quién estaba detrás de aquellos besos.

Lo que destrozó a Riley Finson fue descubrir que se trataba de Brad.


“Jealous Guy”


Su amigo, su confidente, se consolaba de la derrota con Cindy Watson. El mismo chico que le había pedido paciencia y comprensión. El mismo que le había asegurado que al acabar el instituto todo sería diferente.

Empezó a encontrarse mareado. De repente todo le daba vueltas y su cabeza se llenaba de preguntas que exigían una rápida respuesta. Sintió como si cien agujas le pasaran por la garganta cosiéndole la tráquea en una asfixiante tortura. Los labios habían empezado a temblarle y, a pesar de que quería gritar con todas sus fuerzas, tenía la impresión de que nunca podría volver a hablar.


Deseó que sus ojos le hubieran jugado una mala pasada. Estaba oscuro y aún se encontraba bastante lejos de aquellos dos para verlos con claridad. Con paso torpe trató de acercarse un poco más, luchando por controlar el dolor de barriga que comenzaba galopante a golpear con la fuerza de un puño de hierro. Debía controlarse si no quería llamar la atención de sus espiados, pero cada vez le costaba más respirar y temía que la ansiedad le invadiera por completo. Más tenía que tratarse de un error, Brad nunca haría tal cosa. Empecinado en ese sentimiento, avanzó unos pasos y subió por las gradas. Si se colocaba en los asientos que quedaban justo por encima de los dos, podría identificarlos sin margen de error. Conocía la respuesta, pero necesitaba mantener aquella estúpida esperanza.

Entre las rendijas que había en las gradas, contempló como Brad Munroe seguía sosteniendo el pecho de Cindy. La chica estaba completamente sonrojada y respiraba con excitación. Mientras enredaba los dedos entre su oxigenado rubio, se mordía el labio inferior, expectante ante la siguiente acometida del quarterback. Éste sonreía de manera muy exagerada al tiempo que posaba su mirada en algún punto lejano.  
Ya no le cabía ninguna duda. Había visto esa sonrisa falsa demasiadas veces. Cada maldita vez que no decía lo que realmente pensaba.

Riley percibió que iba a vomitar en cualquier momento, así que salió corriendo a toda prisa. Ni siquiera le importó que le oyeran, sólo necesitaba salir de allí. Agarrado a la valla, devolvió todo lo que había comido durante el día. Y aún así sintió que no era suficiente. Tantos filetes y hamburguesas compartidas. Hubiese querido vomitar los últimos dos años.

Y lo peor era que, aún con todo lo que acababa de suceder, se sentía un estúpido por no haberlo visto venir. La última discusión que habían tenido había sido lo suficientemente desconcertante para ponerle sobre aviso. Pero había preferido pensar que era la inseguridad de su amigo la que le había hecho hablar de aquella manera.


“Comfortably numb”


—Vamos colega, no me hagas decírtelo. —había comenzado Brad.

Sonreía nervioso y clavaba la vista en el suelo. Riley no soportaba cuando evitaba mirarle directamente a los ojos.

—Venga Brad, no seas capullo. Sólo te estoy pidiendo que les digamos algo a mis padres. Que estoy hasta los huevos de contarles una historieta cada vez que venimos al sótano.

Brad levantó la vista un momento. En su rostro había aparecido una mueca de asco.

— ¿Y qué más te da, rubio? ¿Es que te parece poco esto?

—Joder, Brad… —Riley se detuvo un momento y tragó saliva —no tienes derecho a decirme eso. Me he callado todo este tiempo, como querías. Dijiste que esperara hasta acabar el instituto y eso es lo que hecho.

—Lo sé, lo sé. —le interrumpió Brad con voz queda.

— ¿Entonces, que es lo que pasa, te avergüenzas de mí?

El rubio sonaba cansado. No era la primera vez que Brad le hacía sentir así.

 —No lo simplifiques de esa manera.

—Eso no es un ‘no’.

El moreno volvió a bajar la cabeza hacia el suelo. La mirada inquisidora de Riley le hacía encogerse como si fuese ropa mojada.

—Mira, el ‘insti’ todavía no ha acabado, y ya sabes que los demás no entenderían estas cosas.—dijo el quarterback tratando de calmar a su amigo.—Ya queda menos, rubio.


—Sí, sólo faltan dos meses para graduarnos. ¿Crees que para entonces lo entenderán?— contestó irónicamente Riley.
 

Brad comenzó a negar con la cabeza.
 
—Dios, ayúdame porque no sé cómo decirte esto…
 

Brad nunca hablaba de Dios excepto cuando algo le inquietaba. Entonces apretaba con fuerza la cruz dorada que siempre llevaba al cuello, como si aquello le hiciese sentir más seguro. Que si lo creía con suficiente intensidad, lo divino vendría a resolver todas sus cavilaciones. La primera vez que Riley lo había visto así había sido la noche de final de curso en el primer año del Wheatley. Tras unos cuantos chupitos de tequila, y al cobijo de la oscuridad del parking, Brad había estado a punto de besarle. Al instante se había arrepentido y había empezado a temblar como un niño, besando la cruz con vehemencia. Que el atlético capitán del equipo estuviera tan asustado de sus propios sentimientos, no hizo más que confirmar a Riley sus sospechas. Que la imagen que daba aquel chico, repleta de confianza y seguridad, no era más que un traje auto impuesto. Pero estaba tan enamorado de él que prefirió pensar que aquel disfraz acabaría cayendo tarde o temprano.

—Mira, tío. —Continuó —Tú me gustas… me caes bien, eso no te lo voy a negar.

—Menos mal, —replicó Riley con cierta sorna—empezaba a sospechar que te daba grima o algo así.

—Vamos colega, no me hagas eso más difícil.

Brad tenía la cara descompuesta y parecía que fuese a echarse a llorar. Riley aún se encontraba molesto por  la actitud de su amigo, pero le hizo un gesto para que continuase.

—Finson, tío, sabes que hemos pasado grandes ratos.

El rubio asintió al tiempo que apretaba los dientes. No le gustaba el rumbo que estaba tomando la conversación.

—Pero todo esto… —Señalo con el dedo a Riley y luego a él mismo— Todo esto es… es, no sé, algo así como una fase.

— ¿Cómo que una fase?

—Macho, parece que quieres que te lo deletree. —de golpe había cambiado el tono y se mostraba agresivo. —Que yo no soy marica, ¿entiendes?

Para Riley aquello fue como si le acabaran de golpear con un bate en plena cara. Tuvo ganas de destrozar a golpes el rostro lampiño de Brad.

—Entiendo… — contestó con toda la calma que pudo —no eres marica, pero te lo pasas bien conmigo. ¿Es eso?

Brad no supo que contestar. En un segundo su rabia se había transformado en vergüenza.

— Y seguro que crees que eso le pasa a todos tus colegas… que cojones, a todos los tíos. —Riley se había colocado a la altura de su amigo y lo miraba fijamente. —Un día se levantan y dicen “Oye, ahora me mola más el culo de mi colega”, y al siguiente “Oh, era una fase, me vuelven a poner las tetas" ¡¿Crees eso, Brad?!

— Tú no lo entiendes. —sentenció Brad. Su tono de voz se había apagado tanto que apenas se expresaba con un hilo de voz.

Siguieron discutiendo durante varias horas, intercambiando demasiadas veces los papeles. Las acusaciones y los reproches se sucedieron todo el tiempo, hasta que  Brad se hubo marchado jurando que no volvería a cruzar una palabra con él. Había sido una noche horrible, pero, al día siguiente, el moreno se había disculpado reconociendo que estaba equivocado. Así que Riley lo había dejado correr. Sabía desde un principio que una relación con alguien como Brad sería muy complicada y no era la primera discusión que tenían ni sería la última. Pero tras los acontecimientos de esta noche, esa pelea se veía de otra manera muy distinta.

“We never change”

"Nighthawk" by Marty Yawnick (CC-BY-NC-ND)

Riley se frotó los ojos con fuerza, pero la imagen de su amigo entre los brazos de la chica no se borraba de su cabeza. Jamás había tenido buena memoria, pero ahora los besos traicioneros de Brad y Cindy se le habían grabado a fuego y amenazaban con atormentarle sin descanso. Con la angustia quemándole el estómago, cogió las fuerzas que le quedaban y anduvo hasta salir del estadio. Sabía que si volvía a casa no pararía de llorar, y tenía que encontrar la manera de mantenerse entero. Él no merecía que derramara lágrimas.

Por desgracia para el chico, el pueblo no ofrecía demasiadas distracciones, así que comer una hamburguesa con queso, se convertía en casi la única opción que le quedaba. Al menos hasta que pusiera en orden sus ideas.

Con torpeza y desgana llegó al Tony’s y se sentó en una mesa frente a la barra. El local estaba prácticamente vacío y las camareras se entretenían charlando entre ellas. Los días de derrota no eran los mejores para el negocio. Una atractiva morena le tomó el pedido. “¿Qué deseas, guapo?”, había preguntado. La verdad es que la chica parecía simpática, pero a Riley ni siquiera le quedaron fuerzas para sonreírle. Se limitó a pedir el menú estándar y una coca-cola. Pero por mucho que lo intentó, casi no pudo pegar bocado. Tenía el estómago cerrado de rabia y ya se notaba el escozor salado en los ojos.

El sonido de la puerta del local le hizo girar la cabeza. Con pesar descubrió que el que había entrado era Matt “el gordo”, defensa central del equipo. El gordo tenía un apodo bastante acorde con su presencia, pues, aunque era un tipo enorme, lo que más destacaba de él era su prominente panza, curtida por miles y miles de hamburguesas con bacon. Con ese tamaño, unido a su sonrisa bobalicona y un bigotillo ridículo, a Riley siempre le había resultado un personaje casi cómico. Al menos así era hasta que placaba a alguien. Ahí demostraba que, por mucha pinta de simpático que tuviese, a la hora de partir espaldas no tenía contemplaciones.
Al percatarse de la presencia de Riley, el gordo hizo un gesto con la cabeza y, con una enorme sonrisa, se acercó a la mesa donde estaba sentado.


— ¿Qué haces “Rana”? —Preguntó Matt medio riéndose — ¿Disfrutando del trasero de la camarera?

El gordo rió mostrando unos enormes dientes blancos. Riley lo miró con apatía.

—Por supuesto —contestó lacónico. —No puedo apartar la vista de ese bombón.

Giró de nuevo la cabeza y contemplo, ahora sí, las respingonas nalgas de la chica. Se preguntó cuánto más fácil sería todo si se le pusieran de punta los vellos de la nuca al mirar aquellas posaderas como lo hacían cuando observaba el pecho de Brad.

Asqueado ante la pantomima, Riley se levantó de la mesa y, aturdido, se despidió de Matt que lo miró confundido.

— ¡Ey tío! —Gritó el gordo —Te dejas la hamburguesa a medias.

—Ya... Es que me he acordado de una cosa y tengo que ir corriendo. Cómetela tú si quieres.

Matt lo miró con una sonrisa de oreja a oreja.

—Gracias Rana. No sabes el hambre que traigo. Te invito a una cerveza luego por esto, ¿vale? Me han dejado un carnet...

—Lo siento colega, pero no puedo.

Riley notaba como le temblaba la voz. Habría podido aguantar si hubiese estado solo, pero disimular delante de otra persona, y más siendo alguien del equipo, le resultaba demasiado. Únicamente deseaba salir de allí.

—Venga Rana, no me seas carca —continuó el gordo al tiempo que devoraba la hamburguesa. —Que hay que desconectar del desastre de esta noche.

—Te lo agradezco Matt, pero mañana me quiero levantar temprano. Abren la inscripción para apuntarse a las pruebas de mascota para el próximo año.

— ¿Vas a volver a ser nuestra rana el año que viene? ¡Mola, tío!


— Claro… ¿Cómo no iba a hacerlo? —contestó el rubio con una amarga sonrisa.
 


“Boys don’t cry” (reprise)


Al dejar atrás la puerta del local, Riley se cubrió la cabeza con la capucha de la sudadera y comenzó a caminar bajo la penumbra. Buscando no pensar, se colocó los auriculares y activó el modo aleatorio en el reproductor.
Apretó el paso al tiempo que sentía como le martilleaba la cabeza. Miles de voces condescendientes hurgaban en su cabeza cual enjambre anidado en su cerebro.


Envuelto por el manto de la noche, el chico caminó finalmente a casa, oculto de las miradas indiscretas. Sólo las farolas viejas se atrevían a recortar su imagen, la del rostro desencajado de un niño que a cada sollozo inundaba sus mejillas con ríos de lágrimas.


Mientras en el reproductor, a todo volumen, sonaba “Boys don’t cry”.



 

13 comentarios:

  1. Como ya dije, un relato en el que llevas con maestría cada escena, a partir del título de esas canciones. Una historia de amor narrada con fluidez, como nos tienes acostumbrados, y con un final igualmente nada convencional. Nos narras, a partir de esos capítulos con banda sonora propia, la historia de un chico homosexual enamorado de su mejor amigo, un joven que aún se está conociendo así mismo. Consigues una gran profundidad en ambos personajes, y eso le da al relato un increíble cercanía, una increíble realidad.
    Un saludo, Alejandro.

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    1. Gracias Ricardo. Eres un gran apoyo en estos momentos en que la escritura parece algo que se me está escapando. Gracias de verdad.

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    2. Escrito desde el alma, comparto :)

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  2. Alejandr, no quiero repetir lo que ya te ha dicho Ricardo, que lo suscribo palabra por palabra. Es magistral la forma que reflejas los sentimientos hasta el punto que, al leerlo, nos convertimos en Ridley y sufrimos con él. No te preocupes si las musas parecen que te han abandonado. Seguro que están buscando una historia maravillosa para ti. Un abrazo muy fuerte

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    1. Gracias Ana. Me halagan tus palabras. Espero coger pronto el ritmo y no quedarme muy atrás tuyo. Un abrazo.

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  3. Es muy bueno Ale,lo había leido y me ha vuelto a recordar algún amor de "los que matan".

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    1. Gracias Rafa. Por leer, por el comentario, y por ser siempre un apoyo constante en esta afición.

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  4. Me ha gustado mucho, un gran relato, con una realidad, por desgracia, aún presente en la sociedad. Me has hecho meterme completamente en el mundo del instituto. Genial. Un abrazo.

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    1. Gracias María. Me alegro mucho que te haya gustado. Como dices es un tema universal en cualquier sociedad, aunque a mi me interesaba extrapolarlo a una sociedad aún más cerrada (si cabe) que la nuestra. Un abrazo.

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  5. Ya leí este gran relato tuyo en Tus Relatos, pero ahora aprovecho esta oportunidad para leerlo de nuevo y dejarte aquí mi comentario. Puedes estar orgulloso de él. Consigues meternos en el alma de los personajes, con unos diálogos y una narrativa excelentes. Al ponerle banda sonora a la historia consigues lo que hace el cine: ponernos el vello de punta y, no sólo visualizar las escenas, sino interiorizarlas, vivirlas en cuatro dimensiones. Has tratado el tema de la relación entre los dos amigos con mucha sensibilidad y demostrando un gran saber hacer en la creación de personajes reales, creíbles y cercanos, incluso en el mundo donde los has situado.
    En resumen: un trabajo inmejorable (y si es mejorable, sólo lo es por ti) Espero verte pronto por aquí, porque eres uno de los grandes y seguirás demostrándolo

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    1. Gracias Isidoro. Me halaga mucho tu comentario. Tengo ganas de ponerme con textos tuyos, ya que el último que leí, Black John's amazing show, me encantó. Un abrazo.

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  6. Un relato inmenso, profundo, con alma. Todos lloramos y esta vida nos obsequia con muchos motivos para hacerlo. Una delicia de lectura, atrapante, cautivadora.
    Abrazo, maestro de las letras.

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    1. Gracias Edgar. Tu sí que eres un crack (y maestro tú, que ya estás ejerciendo de influencia en un jovencísimo y futuro escritor).

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