
La verdad es que me cuesta escribir cosas tan personales, pero creo que ella se merecía que le contase esta historia. No sabía ni siquiera como catalogarlo, porque no es estrictamente un relato, si no más bien un recuerdo.
Sin extenderme más, aquí dejo mi pequeño homenaje a la gran mujer que fue Alicia Ramos.
Abuela, te echaremos de menos.
Fulgor
Cuando me hablabas de tu
padre, un brillo casi imperceptible se asomaba a tus ojos. Los mismos que
normalmente vestían color madera, serenos y pacientes, tornaban en mirada de
chiquilla inquieta, como si la primavera hubiese llegado de repente a sus
pupilas. Aún hoy, ni siquiera sabría decirte si era algo real o producto de mi
imaginación. Pero permíteme confesarte que esa pequeña chispa siempre me
fascinaba sobremanera. Inmediatamente y de manera inevitable me veía contagiado
de la euforia que emanaba de tus palabras, ansioso por escuchar tu relato y, en
secreto, deseando que imaginaras un final diferente a la triste historia.
Abuela y nieto, en un viejo sofá azul, dejando pasar las horas mientras la
brisa marina entraba por la ventana. Tú, normalmente sosegada y recelosa de
perder las formas, olvidándote de todo y dejándote arrastrar por la feliz
ensoñación que te otorgaba el recordarle. Yo, quien siempre tuvo la
impertinencia del que no sabe escuchar, aprendiendo la virtud del silencio, la
tranquilidad de saber que nada de lo que yo pudiera decir en ese momento tenía
la más mínima importancia. Así fueron muchas de nuestras últimas tardes.