Y aquí os traigo por fin mi relato de corte más cinematográfico. Ambientada en el Vietnam de 1966, la historia nos cuenta una noche de celebración en medio de Saigón. Sí, sé que suena muy tópico, pero os pido que le deis una oportunidad.
No es ningún secreto que me encanta el cine y todo lo que tenga que ver con el medio audiovisual. Ya os comenté en la primera entrada del blog que supone mi mayor influencia a la hora de sentarme a escribir. Pero lo cierto es que, con el paso de los años, me he dado cuenta que esto también tiene su lado peligroso. Y es que resulta muy fácil dejarse llevar por los lugares comunes que tanto abundan en las películas. Y es que, estos 'tópicos' de los que os hablaba al principio, pueden arruinarte un relato que, hasta el momento de su aparición, te estaba quedando de fábula. Mirando escritos de hace siete u ocho años tengo la sensación de que lo único que hacía era reproducir en papel las escenas que me habían fascinado en la pantalla. Y claro, eso hace que te salga algo impostado, artificioso, lo suficiente para que no sea algo 'tuyo'.
Por eso, cuando me puse a escribir esta historia, traté en todo momento de aportar mi propia visión del tema sin caer en los clichés de las películas que había visto sobre el conflicto. No estaba especialmente interesado en retratar tanto la locura de la guerra en sí, como centrarme en aquellos que la integraban. Me planteaba que, antes de que los conflictos se profesionalizaran (al menos en occidente), aquellos que eran enviados a la guerra, no serían sino chavales recién salidos de la adolescencia, los cuales seguramente estarían más interesados en coches y en ligoteos púberes que en coger un fusil. No digamos ya de los vietnamitas, agricultores muchos de ellos, atrapados en un conflicto en el que se mezclaban luchas internas y la absurda pelea ideológica del capitalismo frente al comunismo.

Al coger el ordenador y escribir durante dos noches seguidas, empecé a obsesionarme con huir de los tópicos que podían convertir la historia en un desastre. No en vano, no he vivido nada parecido (por suerte), por lo que era muy fácil que cayese en los lugares comunes. Leído ahora, dos años después, creo que no lo conseguí del todo. Aún así, sigo teniendo un gran cariño por esta historia. Y con sus defectos, es de los relatos de los que me siento más satisfecho. Además, fue la primera vez que me apoyé en los diálogos de una manera tan importante, algo que, a día de hoy, hago en casi todos mis escritos.
Espero que disfrutéis de esta lectura, os sumerjáis en los personajes y me digáis que os ha parecido. Se agradecen las críticas y comentarios.
Y, aunque esto suene a tópico, gracias por dedicarme unos minutos de vuestro tiempo. (Y perdonad la inactividad de estos días).
El valle de Ia Drang Escrito en 12- 2012 escuchando "Kashmir" de Led Zeppelin y "The end" de The Doors
Jamás olvidaré el día en que el vicepresidente
Humphrey mandó una carta en la que nos felicitaba por la labor realizada en pos
de la liberación de la república del Vietnam. Para la mayoría de los chicos fue
una velada de borrachera interminable que acabaría bajo las sabanas de alguna
prostituta, pero para mí fue la noche en que encontré a Jim Woodsbury con su
rifle metido en la boca.
—¿Qué haces aquí? —Me dijo con voz seca. —¿Por
qué no te das una vuelta por ahí?
Ni siquiera se giró. Allí estaba, sentado en el
oscuro tocón de un árbol talado. Tenía el rifle de asalto apoyado en el suelo
apuntando verticalmente a su cabeza. Las tenues luces de la cabaña a nuestra
espalda, improvisado local de alterne, apenas reflejaban una suave luz amarilla
sobre nosotros. Jim miraba en dirección contraria, con la vista perdida en la
enormidad de la oscuridad selvática, así que no pudo ver cómo me temblaban las
piernas hasta tal punto que tuve que hincar la rodilla para no caerme. Intenté
ponerme en pie, pero el cuerpo no respondió. La cabeza me daba vueltas y la
imagen de mi amigo se hacía cada vez más borrosa.
“Mierda, demasiado whisky”,
pensé mientras dejaba caer la botella junto a mí.