Monsieur Lernaux Escrito en abril de 2014 escuchando "The rain" de Joe Hisaishi
Eran las once de la mañana
cuando André fue a encontrarse con el monstruo.
Desde hacía un tiempo los chicos de la pandilla contaban que, bajo el puente que unía el pueblo con el de Varades, se encontraba la más horrible de las criaturas. Algunos de ellos hablaban de un gigante sin rostro, mientras que otros incluso decían que no se trataba de un ser humano. No obstante, todos coincidían al considerar a André un verdadero héroe, pues era el único con el valor suficiente para ir al encuentro de semejante bestia.
André bajó las escaleras que llevaban de la
avenida del mercado a la orilla del río. Tenía que hacerlo con cuidado porque
aún estaban llenas del barro que había dejado la lluvia del día anterior. Para
hacerlo un poco más difícil, cada dos o tres peldaños, podía encontrarse con
que faltaba un trozo de adoquín. Ese era el resultado del continuo ir y venir
de los mozos cargando cajas de pescado supuestamente fresco, inundando las
calles, desde bien temprano, de un olor intenso a atún putrefacto.
Cada vez que uno de los barcos aparecía remontando el Loira, el pequeño pueblo de "Saint Florent la Vieja" se llenaba de bulla y movimiento.
- ¡Monsieur Lernaux, Monsieur Lernaux! – Gritó el chico. - ¿Está usted ahí?
Un quejido escalofriante se escuchó a través de las sombras que envolvían el pilar del puente. Unos segundos después, lo que parecía una criatura cubierta con varias mantas deshilachadas, dio un paso al frente, dejando que la luz mostrara su forma. Aquel extraño ser se encorvaba como si fuese a partirse en dos. Su rostro, cubierto con un pañuelo grasiento, le daba un aspecto aún más inquietante. Y, aunque podía adivinarse que se trataba de un hombre, no se parecía a ningún otro que André hubiese visto jamás.
- ¿Qué es lo que quieres? – masculló el tipo con voz ronca mientras se frotaba los ojos con virulencia.– No ves que estoy echándome una cabezadita…
Cada vez que uno de los barcos aparecía remontando el Loira, el pequeño pueblo de "Saint Florent la Vieja" se llenaba de bulla y movimiento.
- ¡Monsieur Lernaux, Monsieur Lernaux! – Gritó el chico. - ¿Está usted ahí?
Un quejido escalofriante se escuchó a través de las sombras que envolvían el pilar del puente. Unos segundos después, lo que parecía una criatura cubierta con varias mantas deshilachadas, dio un paso al frente, dejando que la luz mostrara su forma. Aquel extraño ser se encorvaba como si fuese a partirse en dos. Su rostro, cubierto con un pañuelo grasiento, le daba un aspecto aún más inquietante. Y, aunque podía adivinarse que se trataba de un hombre, no se parecía a ningún otro que André hubiese visto jamás.
- ¿Qué es lo que quieres? – masculló el tipo con voz ronca mientras se frotaba los ojos con virulencia.– No ves que estoy echándome una cabezadita…
El hombre se quitó el pañuelo dejando ver sus dientes negros y
torcidos. Se acercó cojeando a André y gruñó tratando de asustarle. Pero el
chico no movió un solo músculo. Monsieur Lernaux, molesto ante tal arrogancia,
entrecerró los ojos tratando de escudriñar al joven que parecía no tenerle
ningún miedo.
- ¡Vaya, si eres tú chaval! – Dijo finalmente sonriendo – Perdóname, chico, tan temprano no te había reconocido. Pensé que era un ladronzuelo queriéndome quitar mis tesoros.
- Cada día está usted peor de ahí arriba, señor. Si hasta le he llamado por su nombre- dijo el niño con ironía.
- Es verdad, pillastre. Qué cabeza la mía…- se disculpó Lernaux.
André sonrío y le ofreció la mano.
- Cortés como siempre – dijo el hombre con satisfacción – Bien por ti, chaval.
Monsieur Lernaux le estrechó la mano. La tenía cubierta de vendas y se apreciaba como la piel ya había empezado a pudrirse debajo. Al apretar la mano, a André se le coló en la nariz el olor dulzón que solía despedir su amigo. Era una combinación de vino con whisky, entremezclados bajo capas de sudor. A pesar del hedor que despedía, al chico le gustaba. Para él suponía un descanso del perenne olor a mar que inundaba todo el pueblo y que, cada mañana, le hacía sentir que había dormido abrazado a un pez.
- Anda, ven a sentarte conmigo ahí al fondo – le propuso el señor Lernaux.
Como si el levantarse le hubiera supuesto un esfuerzo sobrehumano, el hombre se dejó caer cual peso muerto, apoyando su espalda contra una de las columnas del puente. El chico se acercó y se sentó frente a él para poder verle bien la cara.
André, desde que había empezado a visitar al señor Lernaux, acostumbraba a fijarse en el semblante de éste. Era algo que no podía evitar, como si fuese un enigma de respuesta imposible. Se trataba de un hombre con el rostro enjuto y apenas un mechón rojizo que le brotaba de la frente. Las cicatrices le recorrían la cara y sus ojos eran tan enormes que parecía que fueran a salirse de su sitio. André a menudo se preguntaba si habría nacido así.
- ¡Vaya, si eres tú chaval! – Dijo finalmente sonriendo – Perdóname, chico, tan temprano no te había reconocido. Pensé que era un ladronzuelo queriéndome quitar mis tesoros.
- Cada día está usted peor de ahí arriba, señor. Si hasta le he llamado por su nombre- dijo el niño con ironía.
- Es verdad, pillastre. Qué cabeza la mía…- se disculpó Lernaux.
André sonrío y le ofreció la mano.
- Cortés como siempre – dijo el hombre con satisfacción – Bien por ti, chaval.
Monsieur Lernaux le estrechó la mano. La tenía cubierta de vendas y se apreciaba como la piel ya había empezado a pudrirse debajo. Al apretar la mano, a André se le coló en la nariz el olor dulzón que solía despedir su amigo. Era una combinación de vino con whisky, entremezclados bajo capas de sudor. A pesar del hedor que despedía, al chico le gustaba. Para él suponía un descanso del perenne olor a mar que inundaba todo el pueblo y que, cada mañana, le hacía sentir que había dormido abrazado a un pez.
- Anda, ven a sentarte conmigo ahí al fondo – le propuso el señor Lernaux.
Como si el levantarse le hubiera supuesto un esfuerzo sobrehumano, el hombre se dejó caer cual peso muerto, apoyando su espalda contra una de las columnas del puente. El chico se acercó y se sentó frente a él para poder verle bien la cara.
André, desde que había empezado a visitar al señor Lernaux, acostumbraba a fijarse en el semblante de éste. Era algo que no podía evitar, como si fuese un enigma de respuesta imposible. Se trataba de un hombre con el rostro enjuto y apenas un mechón rojizo que le brotaba de la frente. Las cicatrices le recorrían la cara y sus ojos eran tan enormes que parecía que fueran a salirse de su sitio. André a menudo se preguntaba si habría nacido así.
- ¿Me has traído lo que te pedí, chico? – preguntó Lernaux con
brusquedad.
André dudó un instante y finalmente asintió. Sacó una petaca del
interior de su chaqueta y se la dio a su compañero. Monsieur Lernaux, la agarró
y bebió con ahínco. Tenía los ojos cerrados mientras los hilos de Whisky le
caían por las mejillas. Cuando ya no quedó nada que sorber, el hombre eructó
con fuerza y revolvió con su mano el cabello pelirrojo de André.
- Gracias ‘zanahorio’. No sabes el favor que me has hecho.
Para su sorpresa, el chico le devolvió el gesto, meneando el
ridículo mechón del hombre.
- Los pelirrojos tenemos que ayudarnos, señor. – respondió con determinación.
Monsieur Lernaux empezó a reírse a carcajadas. A André le pareció
que aquella risa sonaba como una bandada de cuervos encolerizados. No era de
extrañar que los demás chicos creyeran que su nuevo amigo era un monstruo.
En medio de una carcajada, el hombre empezó a toser violentamente, lanzando esputos por doquier y doblando, aún más, su ya retorcido cuerpo.
En medio de una carcajada, el hombre empezó a toser violentamente, lanzando esputos por doquier y doblando, aún más, su ya retorcido cuerpo.
- No te acerques mucho chaval, - dijo tratando de recuperarse –
Con ese cuerpecito no aguantarías ni un resfriado.
Veretz by John Kiki (CC BY-NC-SA)
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André se quedó parado, sin saber muy bien cómo reaccionar. Tras
unos instantes, las toses fueron cediendo y el señor Lernaux fue, poco a poco,
incorporándose. Aún así, parecía algo agotado tras el esfuerzo.
- No te creas que esta porquería puede acabar con un monstruo – dijo el hombre tratando de tranquilizar al niño.
- ¿No tendrá usted una úlcera?
- No, una úlcera seguro que no. – respondió tajante.
- ¿Cómo está tan seguro de que no es una úlcera? – Insistió de nuevo André.
- Porque una úlcera no podría pagarla – dijo sonriendo Monsieur Lernaux.
El chillido de una rata los interrumpió. El roedor, negro como las uñas del monstruo, bordeaba la orilla del río olfateando con esmero cada rincón. André se fijó en como Lernaux salivaba ante la vista del animal.
- ¿Quiere que la cace para usted?- preguntó el chico – Soy muy bueno atrapando bichos.
El hombre se sintió por un momento avergonzado y miró a André con cierto nerviosismo.
- ¿Crees que un tipo como yo comería eso? Mocoso, yo he comido hasta caballos de pura sangre en las ferias de París... – se río ente dientes - No me conformaría con menos... Eso es, quiero que la próxima vez me traigas un buen solomillo.
- Eso sería más complicado que las manzanas y el alcohol.
- Te pagaré diez mil francos de mi tesoro secreto. – contestó Lernaux guiñando un ojo.
- Usted ya me salvó una mano – dijo André muy decidido – Si quiere un solomillo yo se lo traeré.
- No, no, chico. - sonrió Lernaux – No me has entendido, sólo estaba bromeando. Además ya te he dicho varias veces que no iba a dejar que el gordo del tendero se quedara con tu mano. Es demasiado premio por un estúpido limón. ¿No crees?
André encogió los hombros. En ese momento creyó ver algo que pasaba sobre ellos, atravesando el puente. Echo la cabeza hacia atrás para ver de qué se trataba. Era una muchacha en la veintena. Tenía las piernas largas y pasaba a toda prisa, mientras el viento jugaba con su falda, levantándola a cada paso que daba. André se quedó ensimismado viendo las nalgas de la chica ir de arriba hacia abajo.
- Ah, las mujeres. No se ven muchas de esas por aquí, ¿verdad? – dijo el hombre en tono burlón.
El chico, ante las palabras de Monsieur Lernaux, se puso rojo como un tomate y dejó de mirar a la joven.
- No te avergüences, chaval. Aunque esa es muy mayor para ti. ¿No tenías tu por ahí una chica…? – se quedó pensativo por un momento - ¿Ruperta? Eh… ¿Rigoberta?
- Rebecca – corrigió André
-Eso, Rebecca... Entonces, ¿le has dicho todo lo que hablamos? – preguntó el hombre con entusiasmo.
- La verdad es que no, señor Lernaux – el chico bajó la mirada – Lleva ya varios días sin aparecer por la escuela. Dicen que se ha puesto enferma por un lenguado.
Monsieur Lernaux puso una cara muy seria y lanzó con rabia la petaca que minutos antes le había dado André.
- ¡Serán desgraciados! Eso es culpa de los malditos pescadores – dijo agitado - ¿Sabes por qué huele así el pescado que ponen en el mercado?
El niño negó con la cabeza.
- Pues resulta que los barcos que tenían que traer el pescado del día, se dedican a parar en la orilla de Nantes y pasar unas cuantas horas en compañía de las prostitutas. Así nos llega todo podrido aquí. ¡Con lo que ha sido Saint Florent, ahora valemos menos que las putas!
Lernaux se detuvo un momento.
- Pero que estoy diciendo. – continuó – Tú aún eres muy pequeño para entender esas cosas. Cuando seas algo mayor...
- Sé lo que es una puta, señor – le interrumpió André
Monsieur Lernaux le soltó una colleja en la cabeza.
- ¡Pues no deberías, renacuajo! Tú tienes edad para, como mucho, darle la mano a Rigoberta.
- Es Rebecca– contestó el niño mientras se tocaba la cabeza dolorida. – Y además ya tengo once años.
Monsieur Lernaux volvió a reír y le propuso al chico repasar de nuevo las frases que tenía que utilizar para conquistar a Rebecca, la que insistió era una chica más adecuada a su edad. Estuvieron varios minutos elucubrando la mejor manera de sacar partido a la supuesta valentía de André.
- Bueno chaval, con esto seguro que Rigoberta se echa a tus brazos. Cuando vengas mañana te enseñaré un par de trucos más que nunca fallan.
- No sé si podré venir mañana, señor. – contestó André – Es que... mi madre me ha prohibido que venga a verle.
Monsieur Lernaux se incorporó y abrió mucho los ojos. Con un pequeño gesto conseguía esfumar cualquier atisbo de calidez en su cara.
- ¿Le has hablado de mí a tu madre, chico? – preguntó extrañado el hombre
- ¿Está enfadado conmigo? – dijo André titubeando.
- En absoluto chico. – le tranquilizó Lernaux. Sonrío y su rostro se relajó de nuevo– No tiene ninguna importancia…
André lanzó un suspiro de alivio. Por un instante había empezado a sentir lo que debían de experimentar los demás chicos cuando hablaban del monstruo del puente.
-Tienes que hacer caso a tu madre. – prosiguió el hombre- Es la persona más sensata que jamás ha visto este pueblo de patanes.
El chico bajó la cabeza apenado.
- Pero Monsieur, si yo no vengo a verle, ¿quién va a traerle las cosas?
El hombre se echó a reír.
- No te preocupes por eso chaval. Los monstruos tenemos muchas maneras de obtener tesoros.
- Yo no creo que usted sea un monstruo – Dijo André muy serio.
- Ni yo creo que seas de los que hace caso a su madre, ¿verdad?
- No te creas que esta porquería puede acabar con un monstruo – dijo el hombre tratando de tranquilizar al niño.
- ¿No tendrá usted una úlcera?
- No, una úlcera seguro que no. – respondió tajante.
- ¿Cómo está tan seguro de que no es una úlcera? – Insistió de nuevo André.
- Porque una úlcera no podría pagarla – dijo sonriendo Monsieur Lernaux.
El chillido de una rata los interrumpió. El roedor, negro como las uñas del monstruo, bordeaba la orilla del río olfateando con esmero cada rincón. André se fijó en como Lernaux salivaba ante la vista del animal.
- ¿Quiere que la cace para usted?- preguntó el chico – Soy muy bueno atrapando bichos.
El hombre se sintió por un momento avergonzado y miró a André con cierto nerviosismo.
- ¿Crees que un tipo como yo comería eso? Mocoso, yo he comido hasta caballos de pura sangre en las ferias de París... – se río ente dientes - No me conformaría con menos... Eso es, quiero que la próxima vez me traigas un buen solomillo.
- Eso sería más complicado que las manzanas y el alcohol.
- Te pagaré diez mil francos de mi tesoro secreto. – contestó Lernaux guiñando un ojo.
- Usted ya me salvó una mano – dijo André muy decidido – Si quiere un solomillo yo se lo traeré.
- No, no, chico. - sonrió Lernaux – No me has entendido, sólo estaba bromeando. Además ya te he dicho varias veces que no iba a dejar que el gordo del tendero se quedara con tu mano. Es demasiado premio por un estúpido limón. ¿No crees?
André encogió los hombros. En ese momento creyó ver algo que pasaba sobre ellos, atravesando el puente. Echo la cabeza hacia atrás para ver de qué se trataba. Era una muchacha en la veintena. Tenía las piernas largas y pasaba a toda prisa, mientras el viento jugaba con su falda, levantándola a cada paso que daba. André se quedó ensimismado viendo las nalgas de la chica ir de arriba hacia abajo.
- Ah, las mujeres. No se ven muchas de esas por aquí, ¿verdad? – dijo el hombre en tono burlón.
El chico, ante las palabras de Monsieur Lernaux, se puso rojo como un tomate y dejó de mirar a la joven.
- No te avergüences, chaval. Aunque esa es muy mayor para ti. ¿No tenías tu por ahí una chica…? – se quedó pensativo por un momento - ¿Ruperta? Eh… ¿Rigoberta?
- Rebecca – corrigió André
-Eso, Rebecca... Entonces, ¿le has dicho todo lo que hablamos? – preguntó el hombre con entusiasmo.
- La verdad es que no, señor Lernaux – el chico bajó la mirada – Lleva ya varios días sin aparecer por la escuela. Dicen que se ha puesto enferma por un lenguado.
Monsieur Lernaux puso una cara muy seria y lanzó con rabia la petaca que minutos antes le había dado André.
- ¡Serán desgraciados! Eso es culpa de los malditos pescadores – dijo agitado - ¿Sabes por qué huele así el pescado que ponen en el mercado?
El niño negó con la cabeza.
- Pues resulta que los barcos que tenían que traer el pescado del día, se dedican a parar en la orilla de Nantes y pasar unas cuantas horas en compañía de las prostitutas. Así nos llega todo podrido aquí. ¡Con lo que ha sido Saint Florent, ahora valemos menos que las putas!
Lernaux se detuvo un momento.
- Pero que estoy diciendo. – continuó – Tú aún eres muy pequeño para entender esas cosas. Cuando seas algo mayor...
- Sé lo que es una puta, señor – le interrumpió André
Monsieur Lernaux le soltó una colleja en la cabeza.
- ¡Pues no deberías, renacuajo! Tú tienes edad para, como mucho, darle la mano a Rigoberta.
- Es Rebecca– contestó el niño mientras se tocaba la cabeza dolorida. – Y además ya tengo once años.
Monsieur Lernaux volvió a reír y le propuso al chico repasar de nuevo las frases que tenía que utilizar para conquistar a Rebecca, la que insistió era una chica más adecuada a su edad. Estuvieron varios minutos elucubrando la mejor manera de sacar partido a la supuesta valentía de André.
- Bueno chaval, con esto seguro que Rigoberta se echa a tus brazos. Cuando vengas mañana te enseñaré un par de trucos más que nunca fallan.
- No sé si podré venir mañana, señor. – contestó André – Es que... mi madre me ha prohibido que venga a verle.
Monsieur Lernaux se incorporó y abrió mucho los ojos. Con un pequeño gesto conseguía esfumar cualquier atisbo de calidez en su cara.
- ¿Le has hablado de mí a tu madre, chico? – preguntó extrañado el hombre
- ¿Está enfadado conmigo? – dijo André titubeando.
- En absoluto chico. – le tranquilizó Lernaux. Sonrío y su rostro se relajó de nuevo– No tiene ninguna importancia…
André lanzó un suspiro de alivio. Por un instante había empezado a sentir lo que debían de experimentar los demás chicos cuando hablaban del monstruo del puente.
-Tienes que hacer caso a tu madre. – prosiguió el hombre- Es la persona más sensata que jamás ha visto este pueblo de patanes.
El chico bajó la cabeza apenado.
- Pero Monsieur, si yo no vengo a verle, ¿quién va a traerle las cosas?
El hombre se echó a reír.
- No te preocupes por eso chaval. Los monstruos tenemos muchas maneras de obtener tesoros.
- Yo no creo que usted sea un monstruo – Dijo André muy serio.
- Ni yo creo que seas de los que hace caso a su madre, ¿verdad?
Durante un segundo se quedaron mirándose sin decir nada. De
repente Monsieur Lernaux cayó en la cuenta de algo.
- ¡Ah!, casi se me olvidaba. – dijo el hombre mientras buscaba algo debajo de sus mantas. -Ten, quédate esto.
En su mano tenía una peonza de madera. Los ojos de André se pusieron brillantes.
- Vamos, cógela. – insistió Lernaux – Yo no sé ni para qué sirve. Creo que es algo que usáis los niños de ahora. No en vano, se la quité a uno de esos ladronzuelos que bajan de vez en cuando buscando al monstruo. Tenías que ver como se meó encima…
André dejó escapar una sonrisa al imaginarse a alguno de sus amigos con el pantalón encharcado de orina. El grito de una tendera ofreciendo sandías a mitad de precio le sacó de la ensoñación. Cogió la peonza y dio las gracias a Monsieur Lernaux.
- Creo que tengo que irme, señor. Mi madre va a matarme si no le llevo el recado.
Monsieur Lernaux asintió. Se volvieron a dar la mano y el chico se fue en dirección contraria.
- ¡Adiós Monsieur Lernaux! – exclamó el niño mientras corría escaleras arriba
- Adiós… André – dijo el hombre con un hilo de voz que sólo él podía escuchar.
Mientras André subía las escaleras, un golpe de viento se llevó de su nariz el olor dulzón del señor Lernaux para traer de nuevo el hedor de los atunes en descomposición.
El sonido grave del silbato de un pesquero anunciaba otra remesa de pescado maloliente. Los dueños de los diferentes puestos mandaron a toda prisa a sus mozos escaleras abajo para negociar un buen precio por el nuevo género. Los peldaños se llenaron aún más de barro y los gritos llenaron las calles de Saint Florent.
«Como cada maldito sábado» - pensó el monstruo.
- ¡Ah!, casi se me olvidaba. – dijo el hombre mientras buscaba algo debajo de sus mantas. -Ten, quédate esto.
En su mano tenía una peonza de madera. Los ojos de André se pusieron brillantes.
- Vamos, cógela. – insistió Lernaux – Yo no sé ni para qué sirve. Creo que es algo que usáis los niños de ahora. No en vano, se la quité a uno de esos ladronzuelos que bajan de vez en cuando buscando al monstruo. Tenías que ver como se meó encima…
André dejó escapar una sonrisa al imaginarse a alguno de sus amigos con el pantalón encharcado de orina. El grito de una tendera ofreciendo sandías a mitad de precio le sacó de la ensoñación. Cogió la peonza y dio las gracias a Monsieur Lernaux.
- Creo que tengo que irme, señor. Mi madre va a matarme si no le llevo el recado.
Monsieur Lernaux asintió. Se volvieron a dar la mano y el chico se fue en dirección contraria.
- ¡Adiós Monsieur Lernaux! – exclamó el niño mientras corría escaleras arriba
- Adiós… André – dijo el hombre con un hilo de voz que sólo él podía escuchar.
Mientras André subía las escaleras, un golpe de viento se llevó de su nariz el olor dulzón del señor Lernaux para traer de nuevo el hedor de los atunes en descomposición.
El sonido grave del silbato de un pesquero anunciaba otra remesa de pescado maloliente. Los dueños de los diferentes puestos mandaron a toda prisa a sus mozos escaleras abajo para negociar un buen precio por el nuevo género. Los peldaños se llenaron aún más de barro y los gritos llenaron las calles de Saint Florent.
«Como cada maldito sábado» - pensó el monstruo.
Entreteniendonos de vuelta! Gracias y sigue así! :)
ResponderEliminarDura y tierna a la vez, capaz de situarte en el escenario y transmitir todas y cada una de las emociones...deseando leer el próximo me quedo
ResponderEliminarGracias a los dos por los comentarios. Me alegra mucho que lo hayáis disfrutado. El próximo, el lunes. Un saludo.
ResponderEliminarGran trabajo el realizado con la ambientación. Logras que olfateemos esas calles con sabor a mar, y al ''monstruo'', y nos sumerges en la escena bajo el puente como si fuéramos el mismísimo protagonista.
ResponderEliminarUnos diálogos magistrales que van desgranando una historia magnífica hasta llegar a un final que desvelas con sutileza y elegancia, y que dejas abierto de modo que cada lector lo cierre en su cabeza con los datos proporcionados.
Un saludo, Alejandro.
Gracias Ricardo. Me alegra que te gustaran los diálogos, que para mi eran lo más importante del relato.
EliminarUn relato digno del gran escritor que eres. Me ha emocionado la ternura de esta relación entre un monstruo que no es tan monstruo y un niño que es todo bondad. Felicidades, Alejandro
ResponderEliminarGracias Ana. Me halagan mucho tus palabras, especialmente porque te admiro y tengo en altísima estima como escritora. Gracias de verdad por pasarte por aquí.
Eliminar¡Vaya joya, Alejandro, vaya joya!
ResponderEliminarGracias Rafa. Este es uno de mis favoritos.
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