los inocentes y empaparnos con este relato de Eugenia Soto, perteneciente también al 'proyecto' seis palabras, al igual que Juanetes y Carolina. En esta historia veremos como un momento de lujuria puede tener unas consecuencias bastante... embarazosas. Os animo a que leáis este divertido cuento y alarguéis el día de ayer, que nunca está de más echarse unas risas. Gracias, Eugenia, por el buen rato.
P.D.: La foto pertenece a la película American Beauty. Y es que es pensar en lujuria, y me viene automáticamente esta imagen a la cabeza.
Seis Palabras (II) - "Las vicisitudes de Obdulio" de Eugenia Soto Alejandre
Hacía, al menos, veintitrés respiraciones
que había desconectado.
Sí, la
dependienta del “Rincón del creyente” se había empecinado en mostrarle el
escapulario milagroso de la virgen de Coromoto que llevaba bajo la blusa y su
mente dejó de procesar cualquier otra información que no fuese la aportada por
su retina. Ahí, ante él, a escasos centímetros de su cara, estaban palpitando
una pareja de enormes senos de los de verdad, blanditos y calientes, exhalando
aroma a vainilla mientras se elevaban con cada inspiración. Ahí mismo, presos
en un armazón de encaje. Tan cerca de sus labios que si no hubiese sido por su
estado, casi catatónico, los hubiese mordido, babeado, sorbido… Diez minutos
después salió de la tienda con 135 euros menos, una bolsita en la mano y una
erección grado nueve sobre diez oculta bajo el gabán.
Apuró el
paso con cierta sensación de congoja. Resultaba complicado caminar así, con su
humanidad inhiesta. Lo peor es que aquello no tenía pinta de mejorar. El
corazón le palpitaba exageradamente, como queriendo atravesar la carcasa de
costillas que le impedían saltar fuera del pecho. Ríos de sudor manaban a
través de cada uno de sus poros capilares. ¡Podría darle hasta un infarto!
Comenzaba a marearse. Ahora se arrepentía de no haber prestado más atención a
las enseñanzas del padre Veremundo para librar batalla contra el onanismo,
cuando en plena efervescencia de la adolescencia lo habían enviado a unos
ejercicios espirituales en el Escorial.
Lo de
pensar en otras cosas no resultaba, todo lo que imaginaba acababa
convirtiéndose en algo libidinoso. Su comportamiento comenzaba a ser tan
extraño que los viandantes lo miraban con recelo. Agobiado, obcecado, en un
intento agónico por recuperar la tranquilidad dentro de sus pantalones, decidió
llamar a su ex. Si alguien tenía la capacidad de anular su pensamiento era ella.
Pero no era su día de suerte, no contestaba. Sólo a él se le ocurría buscar
refugio en aquel ser lleno de egoísmo.
Cuando
por fin vislumbró el principio de su calle sintió una oleada de alivio, ya casi
estaba en casa. ¡Unos metros más!...
Ciego de
desesperación no vio la alcantarilla abierta. El golpe apenas dolió y,
afortunadamente, el impacto había logrado que todas las partes de su organismo
recuperasen el natural estado de flacidez. Entonces, allí, medio inconsciente
sobre un riachuelo de aguas fecales, sabiendo que su nariz necesitaría una
rinoplastia, o dos, sintió una inmensa gratitud por el operario que olvidó
colocar la tapa metálica.
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