Capítulos anteriores:
I y II. Cóctel de bienvenida y Primera copa.
III. Ronda de chupitos.
IV. Juegos de beber.
Playlist musical: Tom Waits for PIGS
PIGS
V – Barra libre
Pasan de largo las dos
de la mañana. Dicen los cuentos que a las niñas buenas hace rato que se les
convirtió la carroza en calabaza y las malas están en otro lugar mucho más
divertido que éste. Y, sin embargo, aquí siguen ustedes, morbosos buitres
planeando alrededor de estos moribundos, tratando de averiguar cuan bajo puede
caer un hombre cuando se le condimenta la lengua con alcohol.
Coincido con ustedes en
que es un espectáculo delicioso.
— ¿Habéis escuchado mi canción? — pregunta
Frank cambiando de tercio— No la que os he cantado a vosotros, sino con la que
he acabado esta noche la actuación.
— ¡Pero si no es tuya, es una versión! —
le reprende Carlos.
— ¡Bah, naderías! Cómo si lo fuera. Tened
por seguro que el que la escribió no le ponía ni la mitad de sentimiento que yo
al cantarla.
— Ya, ya… — murmulla descreído— Pero
vamos, que sí, que la hemos oído. ¿Qué hay con ello?
El músico ríe malévolo.
— ¿Qué hay con ello? ¿Queréis saber qué
hay con ello?
Los primos se encogen de
hombros como si no tuviesen muy claro que les importe la respuesta.
— Hemos venido a jugar… — bromea Víctor. —
A ver, ¿qué es lo que tiene la dichosa canción?
— Pues precisamente eso, señores,
precisamente eso. —golpea de nuevo la mesa para fortalecer su argumento — No
hay nada, no significa absolutamente nada. Es sólo una puta canción.
— Y una bastante peñazo. — apunta el
gordito cada vez más pasado de rosca.
— Ey, Ey, que tengo mi corazoncito, Vic. —
se agarra el pecho en una caricaturesca dramatización. — Además, si creéis que
no me he dado cuenta que de inglés andáis cortitos…
Frank abre los ojos de forma
exagerada, y arquea los brazos, en una clara expresión de “Os pillé”. Los dos
primos sonríen ante la enésima excentricidad de su acompañante, quien se
asemeja a un niño haciendo cucamonas. La verdad es que, entre los whiskys y el alma
de payaso del músico, esto bien podría acabar con los tres bailando sobre la
barra una especie de can-can desacompasado. Ojalá podamos ahorrarles esa
visión.
— ¡Qué dices, Frank! —
se ríe Carlos — Si aquí el amigo y yo somos los mayores fans de Cambridge…
— … Aunque preferimos el
camembert. — completa Víctor con la lágrima saltada.
El chiste es malo con
dolor, pero poco necesitan estos tres para partirse el culo, así que la gracia
es recibida como el súmmum de la ocurrencia. Tal que así, se pasan un buen rato
carcajeando y espurreando el whisky entre pitorreos varios, contagiados con el
pavo de una adolescente en una fiesta de pijamas. Mas, tras un par de absurdos
minutos, sin que los chicos lo esperen, Frank se detiene bruscamente y sus
labios se cierran en un inequívoco signo de contrariedad. Para cuando empieza a
hablar, su tono ha cambiado radicalmente.
— Podéis reíros, pero es importante que
entendáis eso.
La voz, que resuena como
un crujido en el fondo de una oscura caverna, es de las que erizaría los vellos
de la nuca a cualquiera. En menos de lo que tarda en caer un vaso, con tan sólo
una frase, el sujeto ha cambiado la situación por completo. El alborozo ha
volado cual ráfaga de viento y el silencio se ha adueñado de la mesa. Con las
cejas apretadas contra el ceño y sin rastro de su característica hilaridad, parecería
que el cantante fuese a revelar el pecado más grande del mundo. Transformado en
un lobo sombrío, acerca sus inquisidores faros a la cara de los primos hasta
que los tiene a un palmo, llegando a empañar las gafas del delgado.
Carlos se revuelve
incómodo en el asiento y traga saliva ante el amenazante aspecto del que hasta
hace un momento era un mono de feria. Su primo, en cambio, parece ya haberle
perdido el miedo a la bipolaridad del pianista y le mantiene fija la mirada sin
tan siquiera pestañear. Durante los segundos en los que Frank no abre la boca,
la escena casi parece evocar a las pelis del oeste, cuando están a punto del
duelo a muerte al amanecer. Se diría que el primero que diga una palabra tendrá
la ventaja en la contienda.
— Podemos reírnos tal que idiotas toda la
noche — dispara al fin el cantante— y hablar de lo precioso y espectacular que
es el mundo que nos rodea. Podemos incluso, bajarnos la bragueta y
lanzarnos a la calle en busca de unos brazos que nos arranquen de la tristeza
que ahora escondemos bajo puyas y bromas inofensivas. Pero ¿de qué nos serviría
mañana?
La última frase está
cargada de angustia, escupida con el mayor de los desprecios.
— De acuerdo. — responde Carlos, algo
tembloroso. — Tienes razón, colega. Sigue con lo de la canción, por favor.
El músico relaja los
músculos del rostro y le regala una dulce sonrisa al chico de gafas que respira
aliviado al apreciar que el tenso dislate ya ha pasado. No todos los días se
sale vivo de una batalla con un pistolero tan experimentado como Frank.
— Como podéis ver, amigos míos,— expone el
pianista mucho más tranquilo— la música es con lo que me gano la vida. Así que
sé de lo que hablo.
Se pasa la lengua por
los labios, controlando el tiempo, saboreando cada palabra, sabedor de que la
conversación está cada vez más cerca de convertirse en un recital que en una
charla informal.
— Por eso mismo os insisto con esto.
Por eso mismo os cuento que una canción es algo más que soltar gorgoritos y
palabras al viento. Es más, cómo decirlo… como tener un sueño, ¿sabéis? Sí,
justo uno de esos con los que te levantas pletórico, pensando que ese día va a
ser diferente.
Hace una pausa y se
queda mirando al fondo del bar, la vista anclada en la mugrienta pared.
—Cuando sales ahí, y te pones a cantar, todo
el público viviéndolo contigo… sientes que cada palabra se transforma en algo
profundo, intenso. “La polla en verso”, para que me entendáis.
El músico parece haber
viajado a otro lugar, y en sus ojos casi parece vislumbrarse una chispa de
emoción. Ni en los mejores teatros se han visto interpretaciones tan sentidas.
— Uno se viene arriba y lo saborea como si
fuera lo más grande del universo. Te dices a ti mismo “esto es grande, he
dejado mi huella”.
— Será por eso que a algunos os llaman
artistas.— le contesta Carlos indulgente.
Frank levanta la palma
en un gesto para que no le interrumpan. Cierra ahora los párpados y arquea la
comisura de la boca en una expresión amarga. Quién sabe, quizá se ponga a
cantar otra vez.
— Pero, al final, eso se acaba.
—sentencia— Cuatro o cinco minutos y todo se va a la mierda, se larga sin
avisar.
— Todo tiene que tener un final, — insiste
Carlos — es parte de la gracia ¿no crees?
— Precisamente, Carlitos. Al final de la
velada, la canción vale menos que estos whiskys. Vosotros os largáis a vuestras
casas y os olvidáis de ella, ocupados con vuestros problemas, que si el gato se
ha meado en la alfombra, que si a la parienta siempre le duele la cabeza…
— Vale muy bien,— interrumpe un airado
Víctor que se ha mantenido callado hasta ahora— todo eso es muy bonito, pero
¿adónde quieres llegar ahora?
A modo de respuesta, el
cantante le devuelve una mirada triste, condescendiente.
— ¿Es que acaso la rubia adolescente te
dejó tan seco que no te riega ahí arriba? Está muy claro, la moraleja es que
las cosas que brillan con más intensidad, son las que se apagan antes. Tú
deberías saberlo ya.
— ¿Yo? ¿Qué cojones tiene que ver
eso conmigo?
— Bastante, amigo, bastante. A ti la
esposa no te resplandecía lo suficiente, así que te fuiste detrás de una luz
cegadora. Y mírate ahora.
Ante la grandilocuente
sentencia del músico, Víctor estalla por segunda vez en la noche. Apretando los
dientes se incorpora y acerca el rostro a su interlocutor. Si no fuese por los
centímetros que le saca, es posible que esta noche viésemos algo más que
palabras.
— Mira, Frank, llevo ya un buen rato
aguantando tus vaciladas y dejando que me hables como si fuera subnormal,
porque, que coño, tienes tu gracia y prefiero estas tonterías a seguir
cagándome en mi estampa. Pero no me vengas con sermones de moral. Eso se lo
aguanto aquí a mi primo y a pocos más. Primero que no quiero a la Sara y ahora
esto. Por mucho que lo que digas tenga cierto sentido, no estoy dispuesto a
dejar que tú me des lecciones.
— Vamos a tranquilizarnos todos, — propone
un sofocado Carlos — que aquí estamos para pasar el rato.
— Deja que el chiquillo se desahogue,
leñe. — espeta Frank.
— Eso, primo, que las cosas es mejor
decirlas. Tú puede que le tengas miedo a éste, pero a mi no me la da. Qué en
vez de ayuda me está atando la soga más fuerte.
— Tómatelo con calma, primo. —le pide
Carlos — Qué únicamente estamos charlando.
El gordito, aún
resoplando del mosqueo, comienza a tranquilizarse. Sabe que su primo tiene
razón y que es la mezcla de alcohol y frustración lo que le hace perder los
nervios. Arrepentido, le da una palmadita a Frank en la espalda y se vuelve a
recostar en el asiento, abatido.
— Perdona, Frank. Entiende que no es el
día para tenerme en cuenta.
— Nada, Vic, tampoco eres el primero ni
serás el último que me quiera meter una hostia. Algo de culpa tendrá un
servidor ¿no?
— Ya, si tú tarea tienes, pero no es sólo
eso. — se detiene un segundo, con un nudo en la garganta — No sé, tengo una
sensación desagradable que lleva toda la noche martilleándome el cerebro.
El muchacho traga saliva
y bebe un largo trago. Si ponen especial atención, se darán cuenta de que el líquido
se agita más de lo normal dentro del vaso, presumiblemente a causa de un apreciable
tembleque que le sube al gordito por el brazo.
— La sensación… de que cuando salga de
este bar no voy a tener ni puñetera idea de para donde tirar. La angustiosa
sospecha de que en el momento en que deje salir esto, —se agarra la camisa a la
altura del pecho— no creo que vaya a poder parar.
Los dos oyentes observan
al joven con cierta preocupación. A decir verdad, incluso a mí me da un poco de
lástima.
— Esa es nuestra misión esta noche, primo.
— le reconforta Carlos — Qué salgas, al menos, un poco mejor de lo que has
entrado.
— Pues, no vais por el mejor camino, — se
dirige a Frank— no te ofendas, amigo. Por ahora sólo habéis conseguido un par
de frases grandilocuentes y que la cabeza me dé más vueltas que un tiovivo.
— No te preocupes, Vic, que aún quedan
horas para el Lorenzo y te aseguro que sales de aquí con el camino bien clarito
como me llamo Frank. Eso sí, no se puede pensar con claridad con la garganta
seca. Ya verás que con la próxima se te asienta el carrusel.
El joven muestra una
sonrisa cómplice. Imagino que, como todos (y ustedes no son una excepción),
tiene la absurda idea de que la siguiente copa barrerá cual escoba todos sus
problemas. Cómo si las seis anteriores no fueran suficientes.
— De acuerdo, beberemos para olvidar.
— Beber no se bebe para olvidar, chaval. —
le corta Frank melancólico.— Uno bebe para reírse de todas las gilipolleces que
ha hecho, para poder mirarse al espejo y decir “podría haber sido mucho peor”.
Qué hijo de puta. Con
una media sonrisa en los labios se convierte en el hombre más seguro del mundo
y ya no hay nadie que le rechiste. De esa manera, sutil y sibilina, ya tiene a
los dos bobos de nuevo en su redil, preparados para recibir otra dosis del
manual de Frank, el encantador de serpientes.
Si les dijese ahora
mismo que se bebieran el agua del retrete, no pondría la mano en el fuego por
ninguno de ellos.
(Continúa)
El recital que nos estais dando, Frank con la lengua y tu con tu escritura.¡Que no decaiga!
ResponderEliminar¡Gracias Rafa! ¡Eso intentaremos!
EliminarPor cierto, ¡eres el comentario 500 del blog! De regalo te llevas doble copa en el siguiente capítulo, ¡vas a acabar como una cuba!
Pues mira,me hace ilusión el titulo. Ahora voy a concentrarme en intentar ganar también el del comentario 1000;-)
ResponderEliminarYa he dicho que me gusta, tanto el personaje de Frank (muy bien construido) como el del barman, la “voz” que nos conecta a la historia, como las excelentes descripciones. Ahora bien, como es en el diálogo donde haces hincapié, voy a ello:
ResponderEliminarEn el capítulo anterior te iba aponer una pega, y es que, cuando tú comentabas que ibas a estirar al máximo el potencial del diálogo, aún a costa de aburrir, entiendo que te referías a plantear lo que sería una conversación real, con sus quiebros, sus silencios, sus momentos absurdos, además buscando el esperpento, rayando lo surrealista, en este caso potenciados por el “efecto alcohol”. Sin embargo, lo que estaba presenciando me parecía un diálogo, muy bien construido desde luego, pero cuyo atractivo principal era presenciar cómo Frank intentaba hacer interesante una insulsa conversación entre dos panolis. Pero mi percepción ha ido cambiando a medida que el diálogo avanzaba, sobre todo en este último capítulo. El tema ha ido evolucionando (o involucionando, depende de cómo se mire) hacia una “filosofía de barra” cuyos postulados se van haciendo más profundos y complejos a medida que el alcohol riega los cerebros, acercándose a ese extremo del que hablabas en la introducción.
Hace poco estuve en una obra de teatro llamada “Pánico”. No sé si por casualidad la has visto, pero parte de una situación parecida a la que tú planteas: tres amigos desarrollan un diálogo partiendo de querer ayudar a uno de ellos a superar una crisis de pareja y al final, llegan a sacar los miedos y miserias de los tres, proyectando, de alguna manera, todo ese pánico interior que vive el hombre actual. Es una obra buenísima y, salvando las diferencias, claro está, tu relato me la recuerda, con el aliciente añadido del estupendo narrador que tú has incluido. Me reservo la opinión final para cuando acabe el relato, pero creo que me va a gustar el resultado.
Un abrazo compañero.
Isidoro, no sabes cuánto te agradezco esos análisis tan certeros. Es cierto lo que dices, yo he querido desbarrar, pero siempre con un propósito. Es este capítulo cinco donde más difusa está esa intención, pero a partir del seis Frank coge carrerilla y se lanza a la yugular de los chicos. Espero que lo disfrutes.
ResponderEliminarPor cierto, la obra no la conocía, aunque conozco muy poco teatro (mi pasión por el cine es inversamente proporcional a la del teatro). Buscaré algo sobre ella.
Un gran abrazo y mis disculpas por llevar tiempo sin visitar Cuentos naweb. Hasta que no acabe con estos "cerdos", no me voy a poder liberar.
Ni te disculpes compañero. Reconozco que yo también me siento en la obligación cortés de visitar los blogs de gente que me visita y me da apuro cuando no puedo hacerlo. Pero quédate tranquilo, en tu caso, la visita es por puro placer
EliminarComo dice Isidoro, no sé dónde van a parar estos cuatro, lo que sí sé es que, si sigues así, deberías plantearte intentar publicarlos. Me estoy dando cuenta de la importancia que va adquiriendo el narrador. No es un simple observador sino que sus observaciones ayudan a cambiar el ritmo de la narración. Me gusta mucho su ironía, menos ácida que la de Frank pero igual de incisiva. Vamos, todo un personaje. Sigue así, que te está quedando genial. Un abrazo, Alejandro
ResponderEliminarGracias, Ana. Publicar no lo veo, porque sigo pensando que esto es un experimento que más que nada es para aprender. El caso del narrador ha sido un personaje que ha ido creciendo con la fase de corrección, pues como a vosotros me ha ido enganchando.
EliminarEspero publicar pronto el VI, mañana o el martes.
Un abrazo enorme, compañera.
Pues a mí me tienes aquí, haciendo algo que no me gusta, seguir las novelas por entregas, no me gusta que manipulen mi interés, prefiero dosificarme yo la acción. Y sin embargo, me tienes enganchado a tu relato. Lo que no voy a hacer es comentar por capítulos, solo lo haré al final. Aunque algo ya te dije por otro lado. Un abrazo, compañero.
ResponderEliminarA mi tampoco me gusta, pero tomé la decisión por no espantar al posible lector ante una parrafada de 32 páginas. Luego además, me está sirviendo para darle un repasillo a los capítulos que aún no voy publicando. PEro ya esta semana lo acabo, lo prometo.
EliminarGracias por tu apoyo y constante simbiosis literaria (menudo palabro). Un abrazo, amigo.
Alejandrillo,veo que disfrutas escribiendo y eso es lo mas importante.Me divierte que lo hagas por entregas¡.Es cojonudo.besos.
ResponderEliminarGracias Rafiki. Jamás pensé que mi admiración por Waits diera para tanta letra. Aún así ya sólo quedan dos capítulos. Besos y espero el siguiente tuyo.
EliminarAlejandro...a ver si consigo ahora que entre este mensaje. Darte la enhorabuena, me asombra lo trabajador que eres, y el giro tan visual (giros) que has conseguido dar a tus personajes resolviendo situaciones a golpe de diálogos. Un fuerte abrazo compañero (a ver si este comentario entra) Isabel
ResponderEliminarNo sabes que ilusión me hace ver un comentario tuyo aquí, yo que tanto te admiro. Me encanta que estés disfrutando de esta divagación etílica y que puedas seguir enganchada los últimos dos capítulos. De verdad, mil gracias por tu visita, compañera (y por el comentario, y por el cariño).
EliminarAbrazo grande!
Seguimos leyendo y cada vez me gusta más. Una simple conversación de taberna da para mucho. Me encanta como lo planteas y contigo aprendo mucho. Un abrazo
ResponderEliminarMuchísimas gracias María. Me alegro de que te esté gustando este experimento. Pensé que a estas alturas ya estaría todo el mundo aburrido de estos tres, y sin embargo aún quedáis unos cuantos siendo fieles a la borrachera. Gracias por ello.
EliminarPues ya estamos aquí de nuevo con el capítulo V y con algo de retraso, me disculparás pero llevo unas semanitas viajando de aquí para allá y el tiempo no me da para más. Resulta sorprendente el juego que le sacas a una simple conversación de bar entre tres personas (y un narrador invitado), desde luego el trabajo de plantear semejante escena con todos los diálogos tiene que ser inmenso. En este capítulo Frank inicia el diálogo atreviéndose a hablar de sus cosas, aunque pronto la conversación vuelve a la desdichada historia de Víctor. He visto que comentas que en el VI Frank se lanza a por todas, seguro que nos deparas alguna sorpresa interesante. Nos leemos en el próximo PIGS. Un saludo Alejandro.
ResponderEliminarJorge, más retraso llevo yo con tus relatos, que hasta que no he acabado esto (que ha sido hoy) no he dedicado casi nada a leer. Así que discúlpame tú a mi, por favor.
EliminarLo del trabajo, pues la verdad es que planifico poco. Tuve una noche inspirada hará unos tres meses y saqué cinco folios de diálogo. A partir de ahí, el ponerle el armazón, sí que me ha costado bastante, aunque si tuviese más tiempo y energía lo habría acabado mucho antes. Me alegra no obstante que estés disfrutando del periplo. Bajo mi punto de vista los dos últimos son los más largos pero los más entretenidos. Espero que tus buenas sensaciones sigan cuando los acabes.
Un saludo y prometo leerte muy pronto.
Yo me he sentado en un taburete al final de la barra, ya que con tanta copa el equilibrio no me acompaña jaja. Es cierto, la historia de los "panolis" como decía Isidoro, en otro contexto es de las que resulta insulta y carente de interés, pero la presencia de Frank, con esa mezcla de nostalgia, soledad y pasotismo que condimenta cada frase que suelta, le da un toque distintivo.
ResponderEliminarEstos tres borrachines van camino de hacer buena la frase de una canción de M-Clan: "Me desperté con resaca, y ese no es un nombre de mujer"
¡Un saludo!
Muchas gracias José Carlos por volver al bar. Ya te queda poco para que acabe la noche. Si te quedas, prometo ponerte la canción que citas para acabar la velada.
Eliminar¡Un saludo, compinche!