lunes, 11 de julio de 2016

Relato infantil: HAY UN DRAGÓN EN MI CAMA

"Yellow Dragon Head" by brendangates (CC BY-NC-ND)
Después del atracón que supuso PIGs, hoy os traigo algo mucho más ligero, un pequeño cuento infantil que presenté hará hace un par de años a un concurso de ...¡colchones!

En su momento no pensé en publicarlo, pues no deja de ser un relato muy menor, pero una compañera de trabajo me contó que a sus hijos les había encantado, así que, si al menos sirve para entretener un rato a los chavales estas vacaciones, bienvenido sea. Qué no todo pueden ser relatos de decenas de páginas, jeje.


Hay un dragón en mi cama

Cuando desperté me di cuenta de que me acababa de convertir en un enorme dragón. Tenía la piel dura como el acero, mis colmillos medían casi tres metros y, sobre todo, tenía mucha hambre.
 
De repente, oí a lo lejos una especie de grito que no pude identificar. Impulsado por los rugidos famélicos de mi tripa, corrí en dirección a aquel sonido arrasando con cientos de árboles a mi paso. Ya casi podía saborear el festín que pronto me iba a encontrar. Pero, lejos de descubrir a un suculento jabalí o un rollizo ternero, con lo que topé fue con una vieja torre, en cuya ventana más alta berreaba una hermosa princesa.
 
Intrigado, me acerqué a ver que le sucedía. Seguía teniendo hambre, pero no podía comerme a alguien que estuviese llorando. Que uno es un monstruo mitológico, pero tiene sus principios.
 
Al llegar a su altura, le pregunté por qué lloraba. Lo hice con cuidado, pues me imaginaba que una niña de su edad se horrorizaría ante la visión de un ser espeluznante como yo. Pero para mi sorpresa, la chiquilla, no sólo no se asustó, sino que puso los ojos como platos y, durante un instante, incluso pareció recobrar la alegría que había perdido.
 
Tratando de contener la excitación ante mi presencia (según me dijo le encantaban los ‘lagartos’), trató de explicarme el motivo de su galopante pesar. Resultó que el malvado príncipe azul la había encerrado en aquella torre, impidiendo así que saliese a jugar con sus amigos del bosque.
Aquella confesión me indignó de sobremanera. El maldito príncipe siempre estaba detrás de alguna desgracia. De hecho, estaba casi seguro de que tenía bastante que ver con que esta mañana me hubiese levantado convertido en esta especie de dinosaurio escupe-fuego. Pero esto no iba a quedar así. Aprovechando mi nuevo feroz aspecto podría darle la lección que tanto se merecía.
 
   — Tranquila princesa. Yo, el dragón terrorífico, juro por mis colmillos que remendaré los males cosechados por el diabólico príncipe.
 
Envalentonado, en una señal de juramento, levanté enérgicamente mi amenazadora pezuña y…
 
   — ¡Ay, papi! — Gritó la doncella — ¡Qué me has dado con la garra en el ojo!
 
Por lo visto, como dragón me había emocionado un poco y no había cuidado la distancia con la princesa. En un momento, nuestra fantasía caballeresca caía como un castillo de naipes. El bosque volvía a ser cama y la torre, una pila de almohadas.
 
   — Perdona, princesa… es que, ya sabes, me he emocionado con el cuento y…
 
La niña me echó una mirada matadora y, antes de que pudiese reaccionar, se tiró directa a mi yugular.
 
   — ¡¡Aquí está mi venganza!! —Gritaba la chiquilla entre risas — ¡Te voy a echar un hechizo de fuego!
 
   — ¡Pero yo soy un dragón, así que el fuego me encanta! ¡¡¡Ahí va mi contra-hechizo de cosquillas!!!
 
Así, entre risas y conjuros, acabamos tirados sobre el colchón, agotados de tanta odisea. Pero justo cuando creía que podría cerrar los ojos durante cinco minutos, la pequeña se incorporó de nuevo y empezó a tirarme del pijama.
 
   — ¡Papi, papi! ¿Y si ahora soy mejor una sirena y tú el ‘tigurón’?
 
Me miraba con los ojos llenos de excitación ante la idea de emprender nuestra nueva aventura. No pude hacer otra cosa que sonreírle y colocarme la mano a la espalda. El tiburón más fiero de los siete mares estaba listo para la persecución.
 
Lo cierto es que, desde que la pequeña Elisa entró en nuestras vidas, se han acabado las mañanas tranquilas, pero, qué demonios, nunca despertar había sido tan divertido.